jueves, 28 de agosto de 2014

Soneto LIV (Por llenar el vacío que me habita)






Por llenar el vacío que me habita
me volví recipiente de tu anhelo,
me colgué de las nubes de tu cielo,
me sentí en tu jardín rosa marchita.

Por matar el hastío que me irrita
me embriagué con el brillo de tu pelo,
me perdí tras el cebo de tu anzuelo
y bebí del rencor que en ti palpita.

Y a nadie culpo, no, ni a ti siquiera,
que de nadie es la culpa cuando el viento
arrastra tras de sí las hojas muertas.

Esperaré la nueva primavera
y volveré pletórico y sediento
a mendigar amor en otras puertas.



viernes, 22 de agosto de 2014

De nuevo tú, soledad



Creía que la soledad era estar solo,

sin nadie a su lado con quien poder hablar,
sin nadie con quien compartir un atardecer,
con quien sentir el pálpito de la vida,
con quien reír a carcajadas por las cosas absurdas del mundo...

Pero ahora sabe que la auténtica soledad,

la de las noches infinitas,
la que te arrastra ciega hasta el abismo,
la que te araña sádica la piel de los días,
la que te roba vida,
es mucho más que eso.

Soledad es dejar de sentir

la presencia callada
de los que iban contigo a todas partes
aunque estuviesen lejos.

Soledad es sentir que ya no sientes
deseos de ver a nadie,
deseos de hablar con nadie,
de marchar junto a nadie.

Es encontrar un enorme vacío

en el mismo lugar donde guardabas
montañas de ternura
para ir regalando
a quienes afirmaban a diario
que te amaban.

Soledad es dejar de presentir 

esa mirada fija y envolvente,
suspendida en el aire de la noche
que abrazaba tu infinita tristeza
con ojos de lucero en el ocaso
o de brillante estrella en la fría madrugada,
aún desde la distancia más sublime,
incluso desde el mudo confín del universo.

Soledad es saber que la esperanza

es ya solo una sombra del pasado
que se quedó varada para siempre
en las desiertas playas de un infierno
que tiene su morada aquí, en la tierra.

domingo, 17 de agosto de 2014

En llegando el otoño




Cuando llega el otoño 
y la taimada tristeza 
acude a mí y me envuelve 
con su negro manto de bruja siniestra, 
me pongo a escuchar a Mónica 
para fundirme en un abrazo consentido 
con la dulce sensación 
de su frágil melancolía 
mientras me flagelo el corazón hasta que sangra 
con el látigo azul de tu recuerdo. 

Luego, 
ya roto y humillado, 
insensible a cualquier dolor, 
lo pongo a la venta a precio de saldo, 
ofreciéndoselo al mejor postor. 
Pero nadie se arriesga 
a comprar un corazón gastado ya, 
sin luz y envejecido, 
que solo late a plazos 
en cómodas entregas 
de recuerdos añejos y oxidados. 
Los mismos que me llevan cada noche 
hasta el desierto "boulevard"
de la rancia nostalgia, 
donde el tiempo se detiene 
y los sueños se agitan 
hasta nublar mis ojos. 

Cuando Mónica suena, 
me reservo una entrada de las primeras filas 
para el concierto más nostálgico y lacrimoso 
de la temporada otoño-invierno. 

Pero, eso sí,  
en llegando el buen tiempo, 
la encierro bajo llave en un armario 
hasta la llegada del próximo otoño. 

Y es que el loco verano 
no es tiempo de nostalgias...





jueves, 7 de agosto de 2014

Platero y yo


  



-I-
Préstame, Juan Ramón, unos días a Platero.
Que quisiera mostrarle esta luna de abril
que asoma su carita arrebolada
por detrás de los pinos.
Esta luna, la misma, que él se bebió una noche
en un cubo de agua con náufragos luceros.

Déjame que le hable de la flor del camino
o del paisaje grana en los atardeceres del verano.
Que lo baje hasta el río
para que su bocaza de burro asustadizo
se llene de nenúfares azules al beber de sus aguas cristalinas.
Y para que, a la tarde,
cuando el sol achicharre con sus rayos al pueblo,
subamos él y yo a lo alto del cerro
a echarnos la siesta
bajo la sombra densa y refrescante
de nuestro amigo, el pino de la Corona...

¡Hablé tanto con él cuando a mis quince años
lo descubrí una tarde de otoño 
transportando tu espíritu "nostáljico"!
¡Cómo os echo de menos!
Tú, de negro,  espigado,
con esa barba nazarena de bohemio arrepentido,
cansado ya de viajes y de urbes populosas.
Él, pequeño, rebelde,
todavía un burro-niño,
con ansias de trotar entre las florecillas
que tapizan el prado.
¡Vaya par de poetas soñadores y extraños!
Con la sola presencia de vuestros desvaríos
regresando del campo borrachos de verdores,
asustabais a los niños pobres de Moguer
cuando jugaban a ser mendigos al anochecer
por las últimas callejas del pueblo...



                                
  -II-

¡Préstamelo unos días, Juan Ramón! 

que quisiera contarle 
cómo ha cambiado el mundo desde entonces. 
Le diría, por ejemplo,
que apenas hay ya hombres en los campos. 
Que aquellos niños pobres de Moguer,
hace tiempo que dejaron de jugar a fantasmas 
en los anocheceres con niebla del invierno. 
Que el coche de las siete ya no pasa,
que ya no trae viajeros hasta el pueblo. 
Y, tal vez lo más triste, 
que apenas quedan burros,
que casi se extinguieron.
Y es que ya, no los necesitamos.
Porque ahora nuestros burros son mucho más veloces. 
Para llegar los primeros al vacío infinito de la vida 
o a la infinita nada de la muerte. 

¡Ay Platero! 
Daría cualquier cosa por volver 
a mi atormentada adolescencia.
Y pasear contigo 
por los blancos caminos de mis eternos miedos. 
Para, al anochecer,
volver de nuevo a casa
sobre tu trote alegre de burrillo asustado, igual que yo.
Deseando los dos que lleguen cuanto antes nuestros miedos 
a la segura calidez de las primeras callejas del pueblo.
El mismo pueblo que al amanecer,
bajo la suave caricia de un sol recién nacido,
se transformará en el bello y seguro paraíso 
de los burros miedosos como tú 
y de los hombres tristes como yo. 

¡Ay Platero!




Sirva este poema como pequeño homenaje a la inmortal obra de Juan Ramón Jiménez  que este año cumple cien desde su publicación en 1914.