sábado, 25 de enero de 2014

Balcones




                                           Fotografía tomada de la red (http://perezjulio.blogspot.com.es/)


(Con todo mi cariño, a mis padres y tíos -a mi familia- que crecieron a golpe de privaciones y estrecheces en los peores años de aquella España en blanco y negro de la posguerra.)



Antes incluso de aprender a hablar,
ya contaba balcones por las calles
agarrado a tu mano,
presintiendo que había nacido rico
en abrazos, en risas y en cariño.
Supongo que por eso me admiraban
-algunos me envidiaban-
aquellos que paraban a mirarnos
(ellos ya habían perdido sus riquezas).

Yo era el rey de unas vidas rebosantes
de esperanzas posibles
a pesar de los tiempos,
a pesar de las clases sociales, de las castas,
a pesar del origen.

Y era mi boca abierta y desdentada
mostrando su rosada candidez,
la que inyectaba fuerza y entusiasmo
a sus negros destinos.

Ellos reían, sí, pero sus risas
eran solo bengalas en la noche
que apenas aluzaban las orillas
del río que los llevaba.

Mi risa, en cambio, era
como esa fina lluvia del otoño
que empapaba sus almas amustiadas,
ávidas de fecundas sementeras.

Yo fui el rey de sus casas, siempre frías
y alegré con mi cántico de infancia
sus vidas miserables,
sus escasos momentos de asueto y de ternura.

Antes incluso de aprender a hablar,
ya llenaba de risas las mañanas
agarrado a tu mano,
ya sabía que había nacido rico
en caricias, en besos, en amor,
aunque aún no supiera
que todo ese tesoro ya venía
con una fecha de caducidad.

Y esa fue la razón
de que todo pasara, como pasa la tarde
detrás de una ventana.
Ahora sólo recuerdos han quedado
de aquel inmenso mar de sensaciones
que se empieza a secar cuando ponemos
almenas a las torres de la infancia.