sábado, 3 de agosto de 2024

Desde la terraza (V)

 

                                                                  -V-

                                                  De domingos y lunes

 



Hay tardes como esta de un domingo cualquiera en que todo se agolpa sin tú quererlo frente a las puertas del oscuro salón de la nostalgia. Son tardes silenciosas, de irritante parsimonia, en las que todo es posible, incluso neutralizar la poderosa e irresistible fuerza del paso de las horas. Es como si el tiempo se detuviera sobre el tejado gris de ese salón  mientras se va llenando de recuerdos antiguos que parecían dormidos para siempre. Nada que ver con una tarde cualquiera entre semana, cuando tenemos una cita con el mundo y el tráfico y las prisas nos minan la moral pero, al mismo tiempo, nos despiertan el amor propio y la dignidad y nos incentivan –dicen-  las ganas de vivir. Aunque en el  fondo, todo ese ajetreo desmesurado, tampoco suele llevarnos a parte alguna. Simplemente corremos porque alguien nos dijo un día que era necesario para no llegar tarde a la vida. Y nos lo creímos.

Las tardes de domingo se alimentan de angustias, de macabras ideas escondidas durante la semana bajo el alcantarillado de ese ir y venir desmesurado.  Son tardes en las que regresan a tu lado los dogmas en los que un día creíste pero que luego te fuiste dejando por el camino. Y vuelven para gritarte a la cara que eres un desagradecido, que los dejaste abandonados a la intemperie bajo el fuego cruel de las consignas. Que los cambiaste por ideas peregrinas de brillos excesivos y dañinos para los ojos del entendimiento y de la razón. Tardes donde regresan los recuerdos más negros, los más espeluznantes y macabros. Aquellos que te amargaron alguna vez el día echando a perder tus sueños más sagrados. Aquellos en los que nada podía salir mal pero que nada salió bien.

Las tardes de domingo son la antesala de la muerte, de todas las muertes posibles, las reales y las ficticias. Todas las voces adormecidas a golpe de los más crueles y variopintos somníferos, parecieran despertar al unísono en esas horribles tardes. Y te escupen a la cara los más tristes, los más extraños, los más amargos y crueles recuerdos de un pasado que nunca hubieras deseado vivir.

El final del domingo supone siempre una liberación. Dormir y despertar al día siguiente, aunque se trate de un lunes vulgar, es siempre una especie de resurrección a la vida. Comparado con la agobiante tarde del domingo, el lunes es ese hermoso claro donde aterrizar para adentrarnos en la intrincada selva de la semana que tenemos por delante.