Nunca es tarde para delinquir, para robar(te) a trozos los fracasos que has ido acumulando mientras
dormías plácidamente delante de las bocas de aquel dragón
antiguo de múltiples cabezas que (sólo a ti) te parecía de piedra. Pero, en cada rugido de sus bocas, con cada llamarada, impregnaban el aire de un humo tan
espeso que volvían invisible el camino correcto y te hacían caminar sin sospecharlo por errados senderos mientras, a un lado y al otro de la senda, florecía la jocosa primavera. Nunca es tarde para comprender que, desde el mismo día en que llegamos a
este mundo, hay alguien(siempre hay alguien) que nos lleva las riendas, que nos coloca vendas en los ojos y nos obliga a caminar por la senda
trazada de antemano para impedirnos pensar en lo que somos y en lo que podríamos llegar a ser sin las normas impuestas a medida de los mismos dragones que mirabas en cada despertar de tus orígenes creyendo que eran sólo estatuas de piedra.
Empezar a despejar la niebla, a desgranar negruras, es empezar a saber más de ti. Que, si bien te conoces, si logras aprenderte de memoria el intrincado mapa de tu alma, verás como la niebla se disipa, cómo va levantando la mañana. Cómo comenzará a fluir serenamente por praderas de saúcos y lirios
amarillos, el caudaloso y fértil río de tu vida.