LXIV
Quisiera ser el viento que acaricia
tu cuerpo a la caída de la tarde,
quisiera ser el fuego que en ti arde
y sonroja tu piel, suave delicia.
Ser agua en manantial, fuente propicia
que riegue tu tristeza, que resguarde
tu hermosa juventud y que retarde
mil años tu vejez, negra injusticia.
Quisiera ser el río que se lleve
tus lágrimas amargas hasta el mar
y ahogarlas para siempre en lo profundo.
El vórtice perfecto que te eleve
hasta un cielo infinito donde amar
fuese la religión de nuestro mundo.
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