Acaricia
la brisa los tejados de la ciudad en fiesta. La
mañana, radiante, luce
su descarada pubertad por
las más elegantes avenidas. El
día que despunta, no
es un día cualquiera porque
trae de la mano a
una niña de ojos asombrados, de
piel tibia y rosada que
lleva como único ropaje una
bella guirnalda de flores en el pelo. Se
llama Primavera y
viene a repartir besos y risas, a
inyectar un volcán de nueva vida en
nuestros corazones invernales. Se
llama Primavera y es tan joven que
no debo aburrirla con mis dudas ni
tampoco con mis pocas certezas de
hombre ya curtido, que
no debo mostrar mis amarguras ante
su dulce rostro de princesa. Al
fin y al cabo viene para
ahuyentar mis miedos, para
templar mis fríos, para
darle color a mi negrura, para
alegrar mi eterno desconsuelo, para
pintar mi desconchada casa con
una nueva mano de pintura. El
día que despunta, no
es un día cualquiera porque
trae de la mano a
una niña de ojos asombrados: ¡Se
llama Primavera!