Agosto
Agosto.
Calor intenso.
La
tarde se acurruca y se relaja de tanto sofoco,
se
acomoda y dormita sobre los tejados de la ciudad desierta,
sobre
las verdes copas de los chopos que viven junto al río,
sobre
un valle poblado ya de sombras y de sueños.
Termina
otro día de intenso calor
donde
la vida se limita a estar más que a ser.
Hasta
que el tiempo quiera.
Al
anochecer,
una
brisa suave, apenas beso,
va
dejando caricias encendidas por entre la enramada de jazmines
que se abraza a
los muros
de
la vetusta Torre de los Púlpitos.
Un
cielo perfectamente limpio
de
nubes y de estelas invasoras,
me
sonríe feliz.
La
tarde se nos muere poco a poco
con
suaves espasmos de mortecina luz.
En
sus labios de dama distinguida,
una
sonrisa franca -casi eterna-
se
dibuja entre trazos violáceos y malvas
Sonríe
porque sabe de su pronta resurrección.
Mañana,
muy temprano, regresará a la vida con carita de niña,
sonrosada de soles y de
auroras.
Regresará
feliz con su traje nuevo de doncella del alba
para
regalarnos un nuevo día.
Ella,
la tarde, que se sabe inmortal,
que
no morirá nunca para siempre.
Si
acaso, tan solo unas horas durante la noche
para
renovar fuerzas
y
así volver lozana y deslumbrante a regalarnos vida
Dichosa
ella.
Y
dichosos nosotros por poder disfrutar de un nuevo día.
Otro
más de los que nos tiene asignado el destino.