jueves, 6 de noviembre de 2025
domingo, 28 de septiembre de 2025
Dragones en la niebla
Nunca es tarde para delinquir,
para robar(te) a trozos los fracasos
que fuiste acumulando
mientras dormías plácidamente
delante de las bocas de aquel dragón
antiguo
de múltiples cabezas
que (sólo a ti) te parecía de piedra.
Y con cada rugido de sus fauces,
con cada llamarada,
se impregnaba la noche de un humo tan
espeso
que
hacían invisibles los caminos
ajenos a su reino de dragones.
Y
te hacían caminar sin sospecharlo
por su errado sendero
mientras, a un lado y al otro de la ruta,
florecía la jocosa primavera.
Nunca es tarde para comprender que,
desde el mismo día en que llegamos a
este mundo,
hay alguien (siempre hay alguien)
que nos lleva las riendas,
que nos coloca vendas en los ojos
y nos obliga a caminar por la senda
trazada de antemano
para impedirnos pensar en lo que somos
y en lo que podríamos llegar a ser.
Mas, las normas impuestas a medida
por aquellos dragones que mirabas
en cada despertar de tus orígenes
creyendo que eran sólo estatuas de
piedra,
te marcaron la ruta sin remedio.
Empezar a despejar la niebla,
a desgranar negruras,
es comenzar a saber más de ti.
Que, si bien te conoces,
si logras aprenderte de memoria
el intrincado mapa de tu alma,
verás como la niebla se disipa,
cómo va levantando la mañana.
Cómo comenzará a fluir serenamente
por praderas de saúcos y lirios
amarillos,
el caudaloso y fértil río de la vida.
De tu vida.
lunes, 15 de septiembre de 2025
Septiembre
Campo de trigo con cipreses (1889)-Vincent Van Gogh
con volutas de nubes en azul
sobre un ciprés pintado al carboncillo.
Septiembre es una estampa donde el sol
pasea su templanza cada tarde
mientras tiñe los campos de amarillo.
Llamarlo por su nombre
es como sisear al desplazarnos
por entre la hojarasca del robledo.
¡Ofidio de pausado serpenteo
que tienes ya resecas las escamas
del calor del estío!
En cualquier escarceo
te dejarás colgada de una rama
tu gastada camisa, ya baldía.
Septiembre de sutil melancolía
que enfrías el verano con tu aliento
aplacando el relumbre de los días.
Caminas sazonando los membrillos
y dorando las uvas en las cepas
mientras pintas las tardes de amarillo.
2012 (Reposición)
viernes, 5 de septiembre de 2025
Frases, sentencias y ocurrencias ( I )
-Hay
personas que adoran las luces de la fachada, sobre todo
aquellas que huyen de la oscuridad de su
verdad interior.
-Puestos a elegir, vete siempre con quien te sostiene la mirada.
-Bienaventurados
aquellos que, con setenta años o más, miran hacia
atrás y sonríen satisfechos.
-Lo
que importa, en definitiva, es el tiempo. Mientras nos quede
tiempo, nos queda también la esperanza de llegar
a sentir un día
que vivir ha merecido la pena.
-El
objeto último y definitivo del arte no es otro que atrapar
momentos de vida para hacerlos inmortales. Intentamos
así vencer
al inevitable olvido que trae consigo el paso
del tiempo.
-La
solución a lo que nos hace daño está en hacerle frente, nunca en
esquivarlo.
-Cuando
veo a alguien que está solo en la mesa de un café,
comienzo a considerarlo. Y si al levantarse
para irse, no fija la
mirada en nadie, es cuando empieza a nacer en
mí el deseo
irrefrenable
de conocerle a fondo.
viernes, 22 de agosto de 2025
Desde la terraza ( VII )
Agosto
Agosto.
Calor intenso.
La
tarde se acurruca y se relaja de tanto sofoco,
se
acomoda y dormita sobre los tejados de la ciudad desierta,
sobre
las verdes copas de los chopos que viven junto al río,
sobre
un valle poblado ya de sombras y de sueños.
Termina
otro día de intenso calor
donde
la vida se limita a estar más que a ser.
Hasta
que el tiempo quiera.
Al
anochecer,
una
brisa suave, apenas beso,
va
dejando caricias encendidas por entre la enramada de jazmines
que se abraza a
los muros
de
la vetusta Torre de los Púlpitos.
Un
cielo perfectamente limpio
de
nubes y de estelas invasoras,
me
sonríe feliz.
La
tarde se nos muere poco a poco
con
suaves espasmos de mortecina luz.
En
sus labios de dama distinguida,
una
sonrisa franca -casi eterna-
se
dibuja entre trazos violáceos y malvas
Sonríe
porque sabe de su pronta resurrección.
Mañana,
muy temprano, regresará a la vida con carita de niña,
sonrosada de soles y de
auroras.
Regresará
feliz con su traje nuevo de doncella del alba
para
regalarnos un nuevo día.
Ella,
la tarde, que se sabe inmortal,
que
no morirá nunca para siempre.
Si
acaso, tan solo unas horas durante la noche
para
renovar fuerzas
y
así volver lozana y deslumbrante a regalarnos vida
Dichosa
ella.
Y
dichosos nosotros por poder disfrutar de un nuevo día.
Otro
más de los que nos tiene asignado el destino.
domingo, 18 de mayo de 2025
Todo de ti me aleja (Glosa nº 7)
Niña morena y ágil, nada hacia ti
me acerca,
todo de ti me aleja, como del
mediodía.
Eres la delirante juventud de
la abeja,
la embriaguez de la ola, la
fuerza de la espiga.
Pablo Neruda
Me
evitas cuando cauto me acerco a tu silencio,
rehúyes
mi presencia cuando me sientes cerca,
te
escondes de mi fuego como el jazmín del día,
niña
morena y ágil, nada hacia ti me acerca.
Si
te miro, tú miras como el mar se eterniza,
si
te hablo, tu sueñas con cualquier melodía,
nunca
fijas tus ojos en mis ojos rendidos,
todo
de ti me aleja, como del mediodía.
Eres
cual golondrina de frenético vuelo
y
mi dicha es el eco de tu voz que se aleja.
Eres
ese torrente que erosiona caminos,
eres
la delirante juventud de la abeja.
Si
algún día lograra que tus ojos me vieran,
que
al fin te cautivara mi canción, dulce amiga,
correría
por mis venas el júbilo del viento,
la
embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
martes, 6 de mayo de 2025
...como ahora
Quisiera
verte siempre como ahora,
tan lozana y pletórica de soles.
Quisiera no apartarme de tu norte
por no dejar jamás de percibir
esa tu risa diáfana de niña.
Me gustaría tenerte siempre así,
nardo fresco,
embriagando mi sensatez caduca
con cálidas fragancias...
Y saciarme también del agua pura
de tu fuente, manantial transparente
que mana a borbotones cada día
en esta sorprendente primavera...
Tan llena estás de vida,
que los cantos rodados del arroyo
te devuelven tu risa
transformada en melódica corriente.
Y hasta los arrayanes reverencian,
con sus dúctiles ramas,
tu caminar gracioso e incitante.
Quisiera verte siempre como ahora:
atrevida y esquiva,
alborozada y triste,
enojada y melosa...
como la brisa inquieta y juguetona
que cambia de sentido a cada instante
en esta portentosa primavera...
Para volverme loco.
Para que esa locura consentida
me separe, por fin,
de los tranquilos prados del collado,
elevándome raudo hasta la cima
de esa tu formidable cordillera...
Quisiera verte siempre como ahora.
2011
(Poema reeditado)
miércoles, 23 de abril de 2025
THE BEATLES
Cuando hoy escucho de nuevo la música
de los Beatles, automáticamente viajo en el tiempo a aquellos inviernos de los últimos
60, de mañanas lluviosas y húmedas y tardes soleadas y ventosas. Una lluvia
aquella generosa pero suave e inocua que traía de la mano la bonanza de las
tardes para pasear de la mano de la chica con la que soñábamos. Vuelvo a
aquellos bares de la Plaza Mayor donde nos reuníamos decenas de estudiantes
adolescentes en las mañanas de los sábados para hablar, para gritar, para fumar
y beber sin medida (cuando había money) y, sobre todo, para escuchar música. En
cada sitio había una de aquellas máquinas mágicas que por una moneda te
regalaba tu música favorita. Se llamaban Sinfonolas y por entonces eran el
colmo de la modernidad. En su interior guardaban cientos de canciones de moda
esperando pacientemente la mano que las activara para llenar el local de notas,
de ritmos que nos obligaban a bailar como posesos y que llenaban nuestras
cabezas juveniles de sueños. Un tiempo, el de los felices sesenta, irrepetible,
sobre todo porque éramos jóvenes y en nuestras venas sentíamos el nuevo
amanecer de un tiempo distinto, mucho más luminosos que el que dejábamos atrás.
The Beatles forman ya parte del
selectivo grupo de los clásicos y con todo mérito. Son considerados uno de los iconos
culturales más grandes del siglo XX. Desde 1962 hasta su separación en los
primeros 70, estuvo integrado por John Lennon (1940-1980), Paul McCartney
(1942- ), George Harrison (1943-2001) y Ringo Satarr (1940- ). Por
entonces, en sus comienzos, fueron muy criticados por las generaciones
anteriores a la mía. Unas generaciones que venían de la copla, del bolero o,
como mucho, de los ritmos más atrevidos de la época como eran el twist o el
fot-tross. Los chicos de Liverpool revolucionaron la música, nadie cambió el panorama
musical de la época como ellos. Se hicieron tan famosos que, sin pretenderlo,
crearon una doctrina, la beatlelmanía. Mientras los jóvenes comenzaron a
cortarse el pelo como ellos, a moverse como ellos, las jovencitas comenzaron a
acortar las ya de por sí cortas minifaldas a la vez de afinar sus voces para
gritar a pleno pulmón ante la presencia de sus ídolos. Cada salida de su
Liverpool natal suponía un acontecimiento mundial. Así sucedió en Hamburgo (Alemania)
, a donde viajaron varias veces desde sus comienzos y dónde se puede decir que
se formaron como banda. En Estados Unidos a donde viajaron por primera vez en
1964 cuando ya eran mundialmente conocidos y que fueron recibidos en el
aeropuerto Internacional John F. Kennedy por unas tres mil personas. O en
España a donde llegaron en Julio de 1965 logrando revolucionar a todo un país
con ganas de fiesta en plena dictadura franquista.
Con el comienzo de la década de los 70
comenzó también la ruptura del grupo. Una serie de circunstancias tanto
personales como sociales y hasta políticas, dieron al traste con este grupo que
había conquistado el mundo en la década anterior.
La influencia de The Beatles en la
cultura popular fue, y sigue siendo, enorme. Vendieron más de mil millones de
discos por todo el mundo siendo catalogados como la banda que más discos han
vendido en todas las épocas. Su legado: Trece álbumes y algunas películas pero,
sobre todo, la enorme influencia de su estilo musical y su modo de vivir que
dejó una huella perenne por muchas décadas y muchas generaciones más.
lunes, 14 de abril de 2025
Por pies
A veces lloramos porque no
llueve,
porque la sequía echa a
perder nuestros campos
y hasta sacamos los
santos a la calle
para que nos traigan la
lluvia...
Y otras veces lloramos porque llueve,
porque esa lluvia no nos
permite
sacar a los santos a la
calle en Semana Santa.
Y si además, por añadidura,
permanecemos impasibles
y no derramamos ni una
sola lágrima
por los miles de problemas
graves presentes a diario en el mundo
mientras nos exaltamos
hasta la violencia
porque a nuestro equipo no
le han pitado el penalti de turno
este domingo…
...¿Cómo nos extrañamos
entonces
de que Dios esté siempre
tan callado
y no se acuerde para nada
de nosotros ?
Está claro, un día ya
lejano
Dios salió por pies de
este país de locos
y nos dejó a solas con
nuestras neuras
para evitar contagiarse de
tanta estupidez.
lunes, 31 de marzo de 2025
Espejismos ( II )
II
Eran bellas estatuas
de cartón-carne que alegraban la vista, que infundían ilusión a los extenuados
y sedientos adolescentes que éramos entonces, hartos de caminar en solitario
por el vasto desierto del amor. Vestían largos abrigos color tierra (¿color
carne?) y allí, entre las acacias de la plaza –auténticas palmeras de un
oasis-, todas puestas en orden como para un posado de estrellas de cine, se nos
antojaban diosas, diosas vírgenes con alma de domingo.
Luego, entre todas,
una. La de melena negra y brillante. La de piel rosada por el frío de enero. La
de ojos color miel con brillos irisados cual dos piedras de ámbar muy pulidas.
Su nombre era Candela y no era para menos: imposible llamarla de otra forma.
Quemaba de tan solo mirarla bajo el manto de nubes blanquecinas de aquel
invierno gélido. Y si tenías la suerte de que sus ojos se fijaran en los tuyos,
la mañana de enero se transformaba en cénit sofocante de un agosto en fiesta
entre trigales.
Y cuando al fin
llegaba verano y con él las esperadas fiestas de agosto, todo se vestía de
gala, incluidos los corazones. De repente, cualquier mañana de las de comienzo
del mes, amanecía el día con colores distintos, más luminosos, más exóticos.
Con aromas distintos donde los humildes dondiegos del cine de verano apagaban
su aroma para dar paso al romero en los coloridos balcones o al poleo y la
juncia de los pocos arroyos que aún tenían agua. Con sonidos armónicos que,
provenientes de los aparatos de radio de cada hogar, nos hacían caminar
moviendo nuestros cuerpos calle abajo aún algo oxidados por el frío del último
invierno.
Y a la noche, el baile. Era aquel un patio amplio, con naranjos y un escenario en altura donde cinco músicos de melenas generosas animaban el ambiente lo mejor que sabían. Ellas, flores multicolores con minifaldas ajustadas, coloretes en las mejillas y brillo en los ojos, se sentaban alrededor de la pista a esperar a que las sacaran a bailar. Y nosotros, cual abejorros revoloteando a su alrededor, dábamos vueltas y vueltas buscando la flor adecuada, la más colorida, para libar algo de su esencia agarrados a su estrecha cintura de flor silvestre. Y cuando la más hermosa, la más deseada, te decía que sí, que bailaba contigo, el mundo parecía ceder bajo tus pies de hombrecito en ciernes. La música de la orquesta se transformaba entonces en dulce miel para los sentidos. Y nuestros corazones brincaban al compás de los golpes de la batería. Y aunque solo fuera un baile (más daba que hablar) ya era suficiente para regresar más tarde a casa flotando sobre los rollos de las calles empedradas y solitarias a esa hora mágica y feliz. Los sueños se vestían de bosque frondoso de relajantes sonidos. Los labios se humedecían y el cuerpo entero se elevaba hasta alcanzar un estado nunca alcanzado. Y todo ello solo de pensar en ella, en sus ojos , en sus caderas…Las mismas que estas torpes manos habían logrado al fin tocar.
Pero un año, tras las fiestas, en septiembre,
cuando el nuevo curso empezaba allá en la ciudad y salíamos del pueblo en bloque en busca
de la cultura, del saber, del porvenir, todo empezó a cambiar. Por Navidad, la fiebre del último verano
empezaba a declinar. Y en la siguiente primavera, terminaba por desaparecer
definitivamente… Y aquella Candela que iluminó mis inviernos adolescentes, poco a poco fue perdiendo brillo y calor. Y justo desde ese momento, comenzó a llamarse Olvido.
viernes, 21 de marzo de 2025
Fragancias
A veces dudo si besé tus labios
y sé que los besé porque aún conservo
ese dulzor de eterna madrugada
entre estos labios míos ya desiertos.
A veces dudo si abracé tu cuerpo
y sé que lo abracé porque aún siento
que se abrasa mi piel cuando a la tarde
salgo a gritar tu nombre contra el viento.
Te amé, sé que te amé, aunque no pueda
decírtelo a la cara noblemente:
dejé que te marcharas, corza herida,
y tu adiós me dejó herido de muerte.
En noches como esta, cuando el aire
me regala fragancias ya olvidadas,
regresa a mi memoria aquel perfume
que exhalaba tu piel cuando me amabas.
Y entonces, las gardenias del
jardín,
tan
altivas en otras primaveras,
se
rinden al aroma de tu cuerpo
que la noche les trae desde tu ausencia.
lunes, 10 de marzo de 2025
El último verano
Por entonces, las tardes eran silenciosas gaviotas suspendidas en vuelo sobre los arrecifes. Amarraban sus horas a nuestras emociones y nos dejaban libres del tormento del tiempo.
Subíamos cada tarde hasta el faro que corona el Monte de Poniente y allí, sentados al abrigo de su cilíndrico cuerpo de piedra y cal, muy juntos nuestros cuerpos, contemplábamos extasiados los últimos atardeceres de aquel verano. Sin mencionarlo una sola vez, éramos conscientes de que el final se acercaba inexorablemente. Cada día era más corto que el anterior, más fugaz y decadente a pesar de nuestras muestras de cariño.
Y
el final, como estaba previsto, llegó. Septiembre nos separó definitivamente.
Él marchó con su familia a su ciudad del sur de Francia y yo me quedé muda e
inmóvil en mi pequeño pueblo costero.
En
los días sucesivos a su marcha, seguí subiendo hasta el faro pero ya nada era
igual. Mi caminar era el de una autómata cansada y los atardeceres ya no tenían
el brillo y la prestancia de aquellos otros atardeceres de agosto. Sólo eran
vulgares caídas de telón de final de una obra insulsa y sin gracia. Hasta las
gaviotas se tornaron ruidosas y agresivas.
Solamente el faro mantenía su elegancia, impertérrito y enhiesto frente al horizonte. En cada atardecer, cuando encendía su ojo de cristal, lo movía lentamente hasta encontrar mi rostro para besar suavemente mis húmedas mejillas desoladas.
Una de las tardes de finales de septiembre, al llegar al faro, me pareció que algo había cambiado. No supe, en principio, saber qué. Pero tuve la extraña sensación de que todo era distinto a los días anteriores. El brillo del mar era más intenso. Las voces de los turistas, más cantarinas y agradables a mis oídos. Los gritos de las gaviotas, más soportables. Y las caricias de la luz del faro, más acogedoras. Un velero cruzaba la bahía lentamente y en mi se despertó el deseo infinito de formar parte de su tripulación, de ser uno de sus pasajeros. De sobrevolar el azul y llegar hasta su cubierta. De conocer a sus tripulantes y hasta de charlar con ellos de las cosas de la vida. En definitiva, de hacer nuevas amistades.
Esa tarde, al bajar hacia el pueblo, comencé a sonreír a todos los que se cruzaban conmigo. Esa tarde entendí el significado de aquella frase mítica que leí una vez siendo adolescente: “Si lloras porque no puedes ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Esa tarde entendí que la vida sigue y que los momentos felices no pueden ser eternos. Que son solo eso, momentos que hay que ir guardando en el saco de la memoria para cuando la soledad aprieta y nos ahoga.
Esa
tarde supe que el amor volvía a rondarme, que estaba a punto de encontrarlo de
nuevo y sonreí. Esa tarde me hice mujer definitivamente.
jueves, 27 de febrero de 2025
Quisiera
LXIV
Quisiera ser el viento que acaricia
tu cuerpo a la caída de la tarde,
quisiera ser el fuego que en ti arde
y sonroja tu piel, suave delicia.
Ser agua en manantial, fuente propicia
que riegue tu tristeza, que resguarde
tu hermosa juventud y que retarde
mil años tu vejez, negra injusticia.
Quisiera ser el río que se lleve
tus lágrimas amargas hasta el mar
y ahogarlas para siempre en lo profundo.
El vórtice perfecto que te eleve
hasta un cielo infinito donde amar
fuese la religión de nuestro mundo.
domingo, 16 de febrero de 2025
La chica del metro
-I-
El local
era una especie de olla exprés hirviendo a fuego lento entre la neblina nociva
y azulada de diez mil cigarrillos por lo menos. No cabía nadie más en él. Las mesas, la barra, los espacios
adyacentes, todo estaba repleto de clientes que hablaban a gritos y reían a
carcajadas, que gesticulaban y bebían como posesos apurando sus consumiciones
para enseguida solicitar otra y otra más…La alegría era desbordante y yo me
preguntaba por el motivo de tanto alborozo mientras intentaba agenciarme a
empujones y codazos un sitio en el extremo de la barra. Y sólo se me ocurría un
motivo para toda esa alegría, que estábamos a veinticuatro de diciembre y era
Navidad, esa época del año en la que la gente se transforma por obligación en
seres felices sin tener para ello otro motivo más convincente que el de las
fechas del calendario. Afuera hacía un tiempo de perros. El viento y la
llovizna invitaban a refugiarse en cualquier lugar bajo techo.
Al fin
conseguí hacerme un hueco y pedir un rioja a mi amigo Charli, el camarero más
veterano de
Estaba a punto de pedir mi segundo tinto cuando la puerta del local se abrió por enésima vez. En esta ocasión lo hizo de golpe, casi con violencia, por lo que llamó mi atención hasta el punto de darme la vuelta para ver quien había entrado. Eran dos individuos estirados, bien trajeados y con pinta de matones. De la calle se coló tras ellos una ráfaga de aire frío que borró de un plumazo el vaho acumulado en el espejo que adornaba la pared del fondo, tras la barra. Fue un instante, pero lo suficiente para ver reflejadas en él la caras de los clientes que seguían peleando por un sitio e incluso la de aquellos que ocupaban las mesas más cercanas. Entre estos, me llamó la atención una mujer de pelo negro y piel clara que ocupaba una de las mesas. La miré durante un rato con descaro a través del espejo hasta que este se empañó de nuevo. Entonces, me di la vuelta y seguí observándola aunque esta vez con algo más de disimulo. Era muy guapa la condenada y me costaba trabajo dejar de mirarla, lo reconozco. Estaba acompañada por un tipo espigado con gomina en el pelo y cara de pocos amigos. Ella no paraba de hablar mientras gesticulaba. Pero él se limitaba a escuchar sin inmutarse permaneciendo todo el rato con la mirada fija en un punto lejano.
En un momento dado, ella dejó de hablar y levantó la cabeza fijando sus ojos en mí. Fue un acto tan brusco que me sorprendió y hasta llegué a pensar que poseía, más desarrollado que otras, ese sexto sentido que tiene toda mujer por el que sabe que la están mirando sin que ella mire. Aguanté por un momento su mirada pero, al ver que ella no la desviaba, terminé por hacerlo yo.
Me di la vuelta hacia el espejo, pero este estaba más empañado que nunca. Poco a poco, comencé a darme la vuelta de nuevo para ver si aún me miraba y al hacerlo comprobé disgustado que la mesa estaba vacía, se habían largado. Me entró una especie de desazón porque la marcha había sido tan rápida que no me dio tiempo a comprobar algo que me inquietaba y es que estaba seguro de que la había visto antes en algún lugar y no hacía mucho tiempo de ello.
No habían
pasado ni cinco minutos cuando, viniendo desde la zona de los baños, vi al tipo
que había estado con ella en la mesa. Cruzó el local abriéndose paso con
ciertas prisas hasta alcanzar la puerta
de salida y luego salir sin molestarse en cerrarla. A la chica no la veía por
ningún lado. Enseguida creí comprender lo que había ocurrido, simplemente se
habían levantado para irse pero él decidió ir al baño mientras ella lo esperaba
fuera. Pero eso me extrañó, sobre todo por el mal tiempo que hacía. Y entonces,
sin apenas pensarlo, me lancé a la puerta para comprobar mi hipótesis, no podía
soportar la duda. La abrí y asomé la cabeza. El tipo de la gomina caminaba
calle abajo solo y de una forma que llamaba la atención, más que andar, se
puede decir que corría…De la chica, ni rastro.
Me volvía para regresar a la barra cuando sentí un empujón que me sacó del local y casi me hizo dar con mi cuerpo en el suelo mojado:
-¡Apártese!
Era uno de los dos tipos estirados que habían entrado antes. Echó a correr calle abajo tras el de la gomina.
Regresé a la barra más intrigado que antes. ¿Qué había sido de ella? ¿Qué había ocurrido para que el tipo que la acompañaba hubiera salido de esa forma tan precipitada del bar? Solo encontré una explicación a todo eso y es que la pareja habría discutido y en el momento en que él fue al servicio, ella aprovechó para largarse. Luego el tipo, al ver que no estaba, salió como un loco tras ella. Pero todo eso debió ocurrir en el lapsus de tiempo en que yo estaba vuelto hacia el espejo, que fue muy corto. No parecía que hubiera dado tiempo a tantas cosas. Por otra parte, está el tipo que salió empujándome, no sabía como encajarlo en el todo, a no ser que ambas acciones no tuvieran relación la una con la otra , algo que parecía improbable.
Terminado mi peregrino análisis detectivesco, me dispuse a seguir dando cuenta de mi segundo rioja. No había hecho más que levantar la copa, cuando sentí que alguien me ponía la mano en la espalda. Me volví sobresaltado y, no lo podía creer, allí, frente a mí, estaba ella. Espléndida, sonriendo de una forma enormemente seductora:
Se me acercó peligrosamente. Tanto, que sentía la presión de su cuerpo contra el mío. Titubeando le contesté:
-Pues no del todo, aunque sé que te he visto antes.
-Claro hombre, fue esta mañana, en el metro…¿recuerdas? Tu me ayudaste a librarme de un pelmazo…
Entonces caí en la cuenta. Era la misma chica que por la mañana, en un vagón de metro abarrotado, se había apretujado contra mí. Llevaba el mismo perfume y no la reconocí antes porque apenas pude verle la cara.
-Ah! Ya recuerdo… -pero seguía sin comprender por qué ahora volvía a repetir la acción aquí, en el bar.
Y
entonces, sin darme tiempo a reaccionar ni añadir nada, se abrazó a mí
acercando su boca a la mía pausadamente. Pero antes de que el milagro se
produjera –para mí era poco menos que un milagro que una chica como ella se dispusiera a besarme- ocurrió de nuevo algo inesperado. Alguien la cogió por un brazo y
tiró de ella hacia la salida. Era el otro
matón, el que se quedó dentro del local y que acompañaba al que salió
corriendo tras el tipo de la gomina. Antes de salir, se volvió hacia mí con
cara de desesperación. En sus ojos pude ver el miedo. Cuando quise reaccionar,
ya habían salido del local. Salí yo también pero ya solo acerté a ver cómo la
introducían en un coche negro y se la llevaban calle abajo. Después, solo el
silencio de la calle acompañado por el tamborileo de la lluvia sobre
los adoquines…
Entré de nuevo en el bar, ya más despejado, y pedí otro rioja. Falta me hacía para ayudarme a digerir tantos acontecimientos. Esta vez, por más vueltas que le di al asunto, no encontré ninguna explicación lógica a lo sucedido…
-II-
Llegué a casa sobre las dos de la madrugada y bastante cargado. Me quité la ropa y me metí en la cama. Dormí de un tirón y un montón de horas seguidas, pues cuando desperté era ya media mañana. Me levanté, me duché y salí a dar un garbeo. El aire de diciembre me refrescó las ideas pero aún así seguía sin comprender lo ocurrido el día anterior. Paré en un kiosco para comprar tabaco y el periódico del día. Me senté en un banco soleado junto a un jardincillo sembrado de camelias. Cogí una con al intención de ponérmela en el bolsillo superior de la americana y, al hacerlo, noté que dentro del bolsillo había algo extraño. Metí los dedos y saqué una bolsita de terciopelo rojo con varios objetos dentro pequeños y duros. Me dispuse a abrirla para ver su contenido pero en ese mismo instante sentí en mi nuca el contacto de algo frío y oí cómo una voz de hombre igual de fría me decía:
-Ni se te ocurra abrirla, capullo. Dámela sin volver la cabeza.
Así lo
hice y a continuación sentí que me daban un fuerte golpe en la parte de atrás
de la cabeza que me hizo perder el conocimiento. Cuando abrí de nuevo los ojos,
me encontraba en el mismo banco pero no había ni rastro del tipo que me golpeó
ni, por supuesto, de la bolsita. Lo que sí tenía era un fuerte dolor de cabeza
y un enorme chichón del tamaño de un huevo de gallina. El diario que compré
permanecía extendido a mi lado, apenas me había dado tiempo de mirarlo. Fue
entonces, mientras me tocaba con mucho cuidado el chichón, cuando reparé en su
portada. En ella, con letras grandes, pude leer el siguiente titular:
“Espectacular robo en la que se creía la joyería más segura de Madrid. Los
ladrones se llevaron ocho diamantes grandes de gran pureza y varios más pequeños valorados todos ellos en
el mercado de joyas en varios millones de euros
” Y un poco más abajo, en letra más pequeña: “Han sido detenidos algunos
sospechosos a los que la policía seguía los pasos desde hacía tiempo pero, al
no encontrarles en su poder los diamantes y tras ser interrogados
exhaustivamente, han sido puestos en libertad a las 24 horas, tal como exige la ley.
Sigue en marcha la investigación para dar con los ladrones”
Ha pasado un mes desde entonces. He pensado mucho en todo lo que me ocurrió y, aunque mi primer impulso fue acudir a la policía, luego desistí de hacerlo. Tuve miedo de meterme en un lío sin haberlo comido ni bebido y además,¿qué sabía yo?. Sólo que una chica morena de piel clara me había introducido una bolsita con los diamantes en el bolsillo de mi americana. Pero eso lo deduje yo y no tenía la seguridad absoluta de que así hubiera sido. Hasta puede que ambas cosas no estuvieran relacionadas con lo cual haría el ridículo más espantoso al acudir a la policía. Además, yo no sabía nada sobre ella, apenas pude verle bien la cara en las dos ocasiones en que se me aproximó. Y aún sabía menos del tipo que me golpeó. Así que decidí olvidarme del asunto, aunque no lo consigo…Los bellos ojos de la mujer me siguen persiguiendo en las madrugadas de insomnio y su perfume inunda mi sueño cuando este se resiste a ser profundo.
Estaba tan resignado a que no volvería a verla que cuando me encontré de nuevo con ella, el corazón me dio un vuelco tal que me sentí como un adolescente enamorado.
-III-
Ocurrió cuatro o cinco días después de mi encuentro con el matón y de nuevo fue en el metro. Este iba, como casi siempre en hora punta, lleno de gente y yo, agotado y medio adormilado por el intenso día de trabajo, regresaba a casa. De repente, al despertar de una de esas cabezadas que todos damos en el metro cuando tenemos sueño, me pareció verla sentada frente a mí, entre las piernas de los viajeros que iban de pie. Enseguida pensé que sólo era una visión, que estaba obsesionándome otra vez con el tema. Pero al mirar de nuevo comprobé que no había duda, que era ella, la chica del bar…Me levanté y como pude me acerqué hasta donde estaba. Ella me miró largamente y, levantándose, se acercó a mí y, esta vez sí, esta vez me besó en los labios. Fue un beso intenso, como nunca me habían besado. A continuación separó sus labios de los míos y se quedó mirándome mientras el metro llegaba a una nueva estación. Con una voz grave y profunda me dijo: “Gracias”. Y se bajó tan rápidamente que solo tuve tiempo de ver su negra melena que se iba alejando entre la multitud. Cuando quise reaccionar, el tren ya se había puesto en marcha de nuevo.
Camino de casa no iba andando, sino flotando en una nube de algodón. Si lo de días pasados me había parecido algo excepcional, este último episodio ya me pareció tan irreal que a veces pensaba que lo había soñado todo. Pero no, todo fue verdad.
El día siguiente de mi encuentro con ella en el metro era el día de fin de año y en el trabajo me lo dieron festivo. Me levanté tarde, como era costumbre en mí en los días en que no hay que ir a trabajar. Me arreglé y salí de casa con la idea de disfrutar del día, que había amanecido soleado, aunque frío. Me acerqué como siempre al kiosco, compré la prensa y me senté en el mismo banco de mis amargos recuerdos, al lado del jardincillo de camelias. De nuevo, era ya una costumbre para mí, arranqué una flor para ponérmela en el bolsillo de la americana y de nuevo, como en un “deja vu” funesto sentí en mi bolsillo el roce de un objeto. Antes de meter los dedos y sacarlo, miré en todas direcciones, pero no había casi nadie en el parque. Al fin me decidí y de nuevo apareció entre mis dedos una bolsita de terciopelo, esta vez de color azul, que contenía un objeto pequeño y duro. La abrí con ansiedad y no daba crédito a lo que veía. Allí, delante de mis ojos había un pequeño cristal blanco que brillaba al sol de diciembre con un brillo intenso, casi deslumbrante. Lo guardé inmediatamente y, asustado, me fui corriendo a casa. Allí lo pude ver en todo su esplendor. No había duda, era un diamante. Y esta vez, ahora estaba seguro, me pertenecía a mí y sólo a mí, era un regalo de mi bella dama. Dos pequeñas lágrimas, tan transparentes como el diamante, resbalaron por cada una de mis mejillas…Esa noche no pude pegar ojo.
A la mañana siguiente, me puse en contacto con un amigo experto en compra-venta de joyas y me consiguió por el pequeño diamante un buen pellizco con el que me compré un lujoso apartamento en una zona de Madrid bastante más tranquila que el centro.
En cuanto
a ella, me pasé meses buscándola, pero todo fue inútil. Aparte de lo grande que
es Madrid, comprendí que fue siempre ella la que me encontró a mí y nunca al revés.
Así que terminé por resignarme, esta vez ya para siempre.
Y de toda
esta historia, me queda, muy por encima de lo material, el dulce recuerdo de
una mujer con la que me encontré solo en tres ocasiones pero que fueron
suficientes para enamorarme de ella como un colegial. Y así sigo, enamorado de
un fantasma, de una bella ladrona de joyas que día a día se va diluyendo en mi
memoria como si fuera una sombra pero también, cada día que pasa, se va
alojando con más fuerza en mi solitario corazón de incorregible romántico.
Diciembre-2024





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