No suelo yo partir con un adiós.
Sólo dije: "Hasta pronto"
Pero no te moviste de mi lado.
Caía mansa la lluvia
mojando mi inquietud
y tu silencio.
Y allí, en la oscuridad,
a la vuelta del mundo,
respirando tu aliento,
fueron tantas las ganas de besarte,
fue tan fuerte el deseo,
que, al fin, no te besé.
(Siempre fui un tipo ducho
en matar los impulsos
y en revivir los miedos)
Y ese beso frustrado
se lo guardó la noche
para ella,
en su cajón de risas y de estrellas...
Y desde entonces,
cada vez que te pienso,
como ahora,
la noche me recuerda
que la única dueña de aquel beso
es ella y solo ella…
Que se lo regalamos,
a la vez,
mi enferma timidez
y mis temores necios.
¿Puede ser que ese beso que entonces no te di
duela más que los otros, los que después he dado?
Puede ser.
Yo lo sé.
Me sigue como sombra dondequiera que voy,
como un negro fantasma noctámbulo y helado.
Ese beso que entonces no te di
es ya parte de mí...
¡Imposible olvidarlo!