Soñaba
por soñar
y
una tarde de abril,
cansado
de arrojar
tanto
sueño infeliz
al
olvido del mar,
me
dio por escribir.
Y
escribí sobre el cielo,
sobre
la madre tierra,
sobre
paisajes yermos,
sobre
unos ojos negros,
sobre
labios de fresa...
sobre
el ansiado amor.
Y
me nombré a mí mismo
valiente
caballero,
seductor
y altanero
atractivo
y galán.
Y
mis versos gritaron
contra
la adversidad,
contra
esa soledad
que
enferma el corazón.
Y
mis versos amaron
fabricando
caricias,
inventando
romances
de
infinita pasión.
Luego
yo los leía
y
hasta los releía
y
a base de leer
terminé
por creer
que
todo era real.
Que
ese "amor" me llenaba
de
sensaciones nuevas
cuando
hasta mí llegaba
desde
el frío papel.
Que
llenaba mi cuerpo
de
caricias y besos,
de
abrazos, de secretos
que
saciaban mi sed.
Que
inundaba mi alma
con
la lluvia infinita
del
amor legendario,
del
amor asombroso
que
siempre imaginé.
Pero
la madrugada
de
tentáculos verdes
siempre
me despertaba
con
su frío glacial.
Y
los sueños se iban
detrás
de las estrellas
en
cada amanecer.
¡He
escrito tantos versos
para
no salir nunca
de
mi pálida piel!
¡Tanto
suspiro al aire
sin
destino preciso,
sin
encontrar el eco
de
otro suspiro igual!
¡Cuánta ilusión ahogada
en palabras de agua,
en vacíos vocablos
que nadie leerá!
Y al caer el telón
de mis noches en vela,
terminaba sin fuerzas,
sin deseos, sin ganas
de seguir escribiendo,
de seguir derramando
negros ríos de tinta
sobre el páramo helado
de mi fría soledad.
Terminaba mirando
con fijeza excesiva
a una luna apagada
enfermiza y sin fe
que en
franca retirada
se
alejaba mohína
desfilando
cansada
al
igual que mi alma
sobre
una pasarela
de sueños de papel...