Cuando la noche del tedioso domingo me ahoga con su negro manto de víspera siniestra,salgo a respirar vida.
Ya en la calle,me recibe un viento enfurecido que, como un dios poderoso de invisibles tentáculos, juega con las hojas muertas del parque elevando sus frágiles cadáveres hasta las mismas ramas que les dieron la vida.
Todo el parque es un reflejo exacto e invertido del paisaje otoñal de hace unos meses.Las copas de los árboles son ahora las hojas amarillas y rojizas que cubren todo el césped alrededor del tronco, mientras que las desnudas ramas parecen que clavaran sus extremos delgados en un cielo plomizo y ceniciento en busca de humedad,cual raíces sedientas.
Comienza a llover.
Apenas se ve a nadie por las calles.Sólo de vez en cuando me cruzo con alguna pareja de jóvenes amantes que caminan abrazados bajo la frágil intimidad de un paragüas.
Y al verlos,vuelven a mí los antiguos recuerdos,esos que se alojaron para siempre en el derstartalado hotel de mi alma voluble y soñadora.Llegan y se filtran a través de todas las heridas de la piel de mi espíritu.Y acuden en oleadas todas las sensaciones.Colores y palabras.Olores y suspiros.Y todo se me agolpa y me eleva hasta el vértice de una dimensión nueva,de un plano virtual donde los sueños embriagan, como el vino.
La noche huele a ti, a nostalgias antiguas.
Con las luces de un nuevo amanecer,vuelvo a casa.Conmigo regresa el dulce recuerdo de un amor que se quedó flotando para siempre en el aire dormido de mis noches en vela.