…Y un día cualquiera nos da por mirarnos fijamente en el espejo del baño y descubrimos que quien nos mira desde su fondo es un perfecto desconocido al que vemos por primera vez. Y eso ocurre porque hasta ese momento solo mirábamos hacia afuera , hacia un mundo que creímos siempre que era el verdadero, el real, sin sospechar que el mundo de verdad, el auténtico, el que de verdad importa, estuvo todo el tiempo dentro de nosotros. Pero eso no podíamos saberlo porque nadie nos lo dijo. Y aunque nos lo hubieran dicho, hubiera sido inútil, porque nada existe en nosotros que no hayamos descubierto primero por nosotros mismo. De nada sirve que te digan que algo existe, que ese algo está ahí, a tu alcance desde siempre. No lo verás hasta que no lo descubras por ti mismo. Eso pasa con el amor, por ejemplo. No sabes como es hasta que te llega y te abruma con su fuerza misteriosa apoderándose de todos tus sentidos, de todos tus actos.
Y cuando al final te das cuenta de que existe ese mundo fabuloso dentro de ti, ocurre que casi siempre es tarde ya para aprender a actuar con arreglo a sus normas. Unas normas que te hubieran llevado por la vida con más seguridad y conocimiento de causa. Con más clarividencia frente a los acontecimientos y, por tanto, con mucho más acierto frente a ellos.Esto último, claro está, siempre que hubiéramos aprendido a conocernos por dentro, algo nada fácil como es bien sabido ya desde la antigua Grecia, pues fue Tales de Mileto, el primero de los siete sabios griegos, quien dejó escrito: "La cosa más difícil del mundo es conocerse a uno mismo". No obstante, merece la pena intentarlo ya que es algo vital para aprender a adaptarnos y a desenvolvernos en la vida con conocimiento de causa.