I
¿Dónde
estabas en las frías mañanas en que el viento,
con
furia desmedida,
azotaba
las indelebles ramas del sauce en el jardín?
¿Dónde
estabas mientras mis pies cansados caminaban,
cual
fantasmas borrachos con sed de madrugadas,
por las
calles solitarias y tristes
de esta
ciudad inerte?
¿Quién
te arrancaba risas cristalinas mientras yo,
en las
tórridas noches del verano,
me
asfixiaba con el insoportable aroma de las rosas
y me
sentía morir por la presencia vigilante, callada,
de
millones de estrellas?
¿Quién
besaba tus labios mientras el vil deseo
se
adueñaba de todos mis sentidos
y, como
un pobre loco, buscaba tu presencia
en todas
las miradas del camino?
¿Dónde
estabas, mi amor, mientras mis ojos,
abiertos
a la nada y húmedos de lamentos,
miraban
sin mirar el absurdo vacío de la vida
a través
de un cristal empañado
con vahos de fracasos?
¿Dónde
estaban tus ojos de avellana,
de
mirada tranquila cargada de tristeza?
¿Dónde
tus dulces labios con lunares morenos
pordioseros de besos?
¿Dónde
tu pelo negro revuelto por el viento de la tarde
antes de
la tormenta!
¿Dónde
estabas, mi preciosa hechicera de ilusiones tardías?
¡Por qué
dulces veredas vagaría tu espíritu
en las
noches eternas en que el tiempo
se
paraba extasiado ante mi alma
contemplando,
indolente, el paso del silencio!
II
Si en mi
vagar absurdo por los campos baldíos
caminando
indeciso al borde del abismo
o
temblando de miedo y de cruel zozobra
ente los
mil demonios que asediaban mis noches,
hubiera
sospechado solo por un momento
que
existías en el mundo y no solo en mis sueños,
hubiera
hecho tañer mil campanas al vuelo
para
contar a todos que buscar tu sonrisa
sería en
adelante la única razón
para
seguir viaje abrazado a la vida.
Y luego,
al encontrarte, mi vida hubiera sido
un fértil
río de dicha fluyendo entre tus brazos,
bebiendo
de tus besos, manantial incansable
para
matar la sed de todos los veranos
perdidos
en buscarte por desiertos ignotos
sin el fluido
vital de tu asombrosa fuente.