Fotografía de Carlos Saura (España,años 50)
Por la Semana Santa
correteaba las calles
luciendo mi collar de cáscaras de huevo
–restos de las tortillas
que nos hacía mi madre cada año-
sobre mi pecho henchido
y una sonrisa en flor, como una aurora,
en mi cara de niño bien criado
a pesar de los tiempos.
En las fiestas,
sacábamos al sol nuestras mejores galas
y lucíamos los más sanos colores
en nuestra piel curtida de intemperies
y de penas adentro.
Eran tiempos aquellos de plena
subsistencia,
sin planes de futuro.
Tiempos donde la vuelta cada noche
al hogar construido a base de penurias,
era la mejor parte que nos guardaba el
día.
Allí, junto a la hoguera de troncos
generosos,
no existían los amos, ni Franco, ni la Guardia Civil ,
sólo la risa alegre de los hijos,
sólo la voz amable de la madre,
sólo el brillar intenso de los ojos
de la fiel compañera.
Tiempos de campo y luna,
de miedos y exclusiones.
Tiempos de inviernos crudos,
de perpetuas heladas sobre valles
sombríos,
de lluvias generosas y monótonas
sobre viejos tejados con goteras…
Hablo de los cincuenta, tan lejanos,
tan fríos, tan desnudos…
Pero también alegres y hasta
esperanzadores,
a pesar de la noche de los tiempos.