Culpa fue de ese viento marinero:
de repente elevó
tu corta falda
que voló hasta la
base de tu espalda
y dejó al
descubierto el mundo entero.
Iba yo, caminante
pasajero,
observando la mar verde esmeralda
pero al ver la
traviesa minifalda
se nubló mi razón
y casi muero.
Fue tanta la
elegancia de ese vuelo
inundando de
sueños la mañana,
que también yo
volé buscando el cielo.
Y es que al ver tu
belleza tan cercana,
mi floja piel, ya
fría como el hielo,
se mudó en tibia
piel, tersa y lozana.