miércoles, 25 de septiembre de 2013

Entre viñedos



Septiembre se nos muere
con jirones de nubes adheridas
a ese cielo, aún azul,
de este largo verano que se niega a dejarnos.

Fenece y se marchita
entre ocasos sangrientos
y amaneceres planos
con la justa ilusión para seguir andando...

Por oriente nos llegan
esas primeras ráfagas de un otoño aún niño.
Tal vez sean
los suspiros de amor de esa belleza pálida
-eterna soñadora-
de esa luna tan llena de septiembre
que, en estas noches aún claras,
se muestra más hermosa todavía
que aquellas otras lunas del estío.

El aire se abonanza, se hace brisa
y, ahora, sus caricias,
se tornan más suaves.
Ya no es aquel sofoco
de las rachas de agosto, tan osadas,
tan descaradamente apasionadas,
que nos hacían hervir la sangre, ya caliente.

Hay como un suave manto de ternura
envolviéndolo todo.

Y envuelve nuestros miedos,
nuestra atávica angustia
a que un día cualquiera nos roben nuestros sueños.

Las tardes se atemperan.
Septiembre se despide madurando
los últimos viñedos.