Fotografía propia (tomada con el móvil)
Recuerdo de siempre un eco lejano
llegando hasta mí perdido en la noche,
cuando ya la luz descendió a los abismos
y todos los ojos miran hacia dentro.
Es un grito errante que asalta mi ego
en lo más profundo de las horas muertas.
Es como un lamento de negros reproches
que busca incesante mi angustiado yo.
Ese hablar conmigo sin previos guiones
cada madrugada,
viene de los tiempos en que mi conciencia
fue arrancada a golpes del plácido sueño
de la dulce infancia.
No puedo dormir si no desmenuzo primero
cada paso dado en el día que fue.
Y no dejo nunca de hacerme preguntas
sobre la existencia o sobre la esencia
de todas las cosas.
Sobre las razones del ser y el estar.
Sobre la belleza de las hojas muertas
danzando furiosas con el viento altivo
bajo la tormenta.
O sobre tus ojos,que ya no me miran.
O sobre el inmenso poder del vacío
que a veces se apropia del espacio frío
que dejó el amor.
Cuando el mundo entero cierra las ventanas
para que no entre a gritar el silencio
después de las doce,
abro yo las mías y espero a mi eco
que acude puntual a su cita a ciegas
con mi alma aprensiva,
a su charla inútil con mi soledad.