Huyendo de mi sombra,
negra estela cautiva de tus besos,
llegué con algo turbio en la mirada
porque nunca vi a nadie sonreírme.
En las tristes mañanas,
entre cuatro paredes angustiadas
de oír tanto silencio,
me escapaba a través de la ventana
hacia el cielo infinito
y buscaba tus ojos ambarinos
entre unas nubes,
tan frágiles,tan vacuas,
que se me hacían hilachas desprendidas
de aquel vestido blanco que,
una noche de encendida pasión,
te dejaste enredado entre las zarzas.
Jamás logré encontrar tus ojos en lo alto.
Ni tampoco,
en el fugaz destello de las aguas del lago,
donde un amanecer absurdo y lila,
pensé en ahogar mi llanto.
Nunca encontré tu nombre entre la hiedra
que abrazaba el alero,
ni pude ver jamás,
entre los crisantemos amarillos,
tu sonrisa hechicera.
Tan sólo,
algunos gorriones ateridos
sobre las ramas bajas de un chopo plateado,
me cantaron,
una tarde de lluvia y arco iris,
nuestra triste canción.
Eso fue todo.
Y mientras,yo,
malgastando mi vida,dando tumbos
cual barco a la deriva,
por mares procelosos e incoloros.
Saboreando,
en cada atardecer gris y vacío,
en cada sorbo de pena con limón,
el recuerdo agridulce de tus besos...
Enero-2011 (Reedición)