Desde
los cementerios, con miles de ramos de flores sobre las tumbas inertes y
gélidas , resucita noviembre un año más de entre los muertos para llenar de
tristeza y angustia nuestras vidas, las vidas de los vivos. Homenajear a los
muertos es tan inútil como creernos vivos para siempre. Ese aroma profundo a
crisantemos, ese llanto tardío frente a una fecha maldita, ese dolor traído de
la noche del recuerdo, no son sino gritos de la conciencia de cuando el muerto,
aún vivo entre nosotros, respiraba con franca indiferencia la misma y siempre
odiosa hipocresía que ahora respiramos frente a él. Para los que un día nos dejaron
para siempre, solo un homenaje tiene sentido pleno: aquel que le brindamos a
diario dentro del cálido recinto de nuestro generoso y apenado corazón.