En llegando la noche
retorno a preguntarme
de una forma obsesiva
qué hice aquellos días
con su terco silencio.
Estaba allí, delante,
con sus ansias ocultas.
Todo el tiempo expectante,
mirándome de frente
-los ojos muy abiertos-
muriéndose en la espera
frente a mis titubeos.
Ofreciéndose impúdico,
desnudo de ropajes
y pidiéndome a gritos silenciosos
que le rompiera el alma
con hermosas palabras.
Que por algo se llamaba silencio,
que para eso callaba,
para ser violentado por el fuego
del verbo más ardiente...
Pero no hubo respuesta.
Tan sólo, más silencio.
Y en noches como esta me pregunto
por qué durante un año
a su silencio ardiente
sólo supe responder días tras día
con mi frío silencio.