"Afuera, ruge el invierno.
El viento llama
con furia
golpeando en el
cristal.
Dentro, yo, solo,
decrépito,
llorando tu larga
ausencia
y añorando aquel verano
en que me
enseñaste a amar."
Silencioso y somnoliento
pasaba el pueblo el invierno.
Tras un camisón de niebla
se adivinaban cual senos
juveniles y redondos
las siluetas de los cerros.
Finas sábanas de hielo
cubrían los campos desiertos
y mil vidrieras de escarcha
sobre los charcos sedientos.
Cada frío anochecer
se impregnaba todo el pueblo
de un ambiente ahumado y cálido:
olor a jara y escoba,
a retama y a tomillo.
Decenas de chimeneas
lanzando al aire, al unísono,
columnas de blanco humo...
¡una lumbre en cada hogar
para combatir el frío!
Era otra luna la Luna
llegando la Navidad.
Era otro el aire y,
el cielo,
se adornaba con estrellas
que no había visto jamás.
¡Ternura en el corazón...!
Junto al calor del hogar,
historias dulces y cándidas
de antaño...por Navidad.
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Y en San Antón, la tambora,
la cochina, la cucaña...
Por San Blas, vaca romera
y refajos de serranas
que giraban y giraban
con brillos de lentejuelas.
En febrero, el carnaval:
(¡Prohibidas las caretas!
¡Sólo las podrán llevar
los que ya las tienen puestas:
los grandes especialistas
en ocultar la verdad.
Para el pueblo, prohibidas
las caretas, las protestas,
los cánticos y el pensar...!)
Despreciando el viento helado
de las tardes de diciembre,
parando el reloj del tiempo
e inventando libertad...