(Después de leer "La voz dormida" de
Dulce Chacón)
Les contaron que otro mundo mejor era posible,
un mundo donde el único rey se llamaba justicia.
Y acudieron en masa a proclamarse
súbditos obedientes.
Y, tal vez porque un cuello doblado
por siglos de opresión y tiranía
termina por doler,
reclamaron con prisas excesivas
el derecho a mirar a los demás
de frente y a los ojos.
O quizás no supieron comprender
en toda su sintaxis
la razón de la palabra libertad,
puede que por la falta de costumbre.
Y tiraron por la calle de en medio
y abrazaron la fe que no tenían
para romper con rabia las cadenas
de siglos de miseria...
Y en cuestión de segundos comprendieron
que ya no era posible el retroceso.
Y tal vez porque el hambre nunca espera
o quizás por exceso de confianza,
no midieron las fuerzas.
Y antes de tan siquiera comenzar a probar
las primeras mieles del triunfo,
sintieron en sus carnes de nuevo la derrota.
Y regresó la triste oscuridad de los vencidos.
Y de nuevo inclinaron la cabeza
ante el imperio de la cruz y la espada.
Ante los que pactaron con un dios a medida,
el ficticio lavado de sus sucias conciencias
una vez por semana, en misa de domingo.
Los mismos que impusieron todavía
cuarenta años más de opresión y miseria
a esta tierra baldía de equidad,
a esta dispar, sufrida y enfrentada nación.