Daría cualquier cosa por volver atrás a rescatarlos de su horrible destino, a llenarlos de alegría, de vida…de sentido. Porque no llenar cada hora que vivimos de contenido, es algo imperdonable. Y tarde o temprano, los dioses de la vida volverán para castigarnos por nuestra irresponsable dejadez, por nuestra fría indolencia.
¡Quedó atrás tanto sueño por cumplir, tanto proyecto sin echar a andar, tanto papel mojado! ¡Quedó atrás tanto amor escondido, tanto abrazo reprimido, tantos besos dormidos, que maldices no haber sido capaz de entenderlo entonces, de intuir su importancia. Y terminas por casi renegar de todos los momentos felices de la vida porque te faltó uno. Así somos, como aquel padre que llenó de prebendas al hijo pródigo y se olvidó del fiel, del que estuvo siempre a su lado.
Ahora, sólo queda el consuelo de que no soy el único en sentir el peso de ese tiempo perdido. Que hay otros que, al igual que yo, ya lo sintieron antes. Como Marcel Proust cuando escribió su extensa obra que tituló sin ambages ni disimulos “En busca del tiempo perdido”. Al menos, leyendo su magnífica obra, uno se siente menos impotente en el fallido intento de querer recuperar todos esos días tan alegremente malgastados.Os invito a leerla.
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