No se trata solamente
de gemir sobre tu vientre mientras muero, que también.
No se trata solamente
de acallar todo el torrente de mis venas.
Ni mucho menos se trata de alcanzar raudo
la cima
escalando las murallas indefensas de tus senos.
No es sólo buscar alivio para el fuego que me abrasa.
Ni dar permiso al deseo un domingo por la tarde...
Es más bien cuestión de tacto, de ternura.
Se trata de explorar mares aparentemente calmos
en busca de sueños nuevos.
Se trata de fondear en tu isla solitaria con un bajel de caricias.
De avanzar serenamente hasta el centro de tu anhelo
y allí explorar la espesura de tu humedecida jungla.
Y, sobre todo, se trata, de hacer que aflore la dicha.
Y guardar entre mi piel la alegría de tu gozo
para el resto de los días, de los años, de la vida...
para llevarla conmigo.
Se trata, en definitiva,
de dejar en ti mi huella de marino vagabundo;
de bañarte con el agua de este río de soledad
de tantas noches en vela.
De hacer que aflore a tu cielo
todo ese amor que guardabas celosamente escondido
entre sueños sonrosados de doncella ilusionada...
De eso se trata, mi amor.
De inventar, entre tú y yo, un mundo nuevo, perfecto:
un mundo de amor eterno sólo habitado por dos.