Envuelta en el azul, contemplas el fulgor de esos rayos de sol que pugnan por brotar –luminosa esperanza- tras unas nubes grises cargadas de soberbia.
Te extasías sentada en la baranda,
mirando al infinito confín de tu tristeza y añorando, tal vez, la intensa
sensación que te dejó aquel beso que, en un atardecer de sueños consentidos, dejaron
en tu boca.
Y tal vez sea por eso que, embriagada de azules
y silencio, vuelves a ser gaviota ilusionada volando sobre un mar infinito de amores ya lejanos.
Mientras, sobre el mármol glacial
de la baranda, indefensa e inerte, solitaria y dolida de abandonos... se desmaya la
rosa.