Y al abrirse la rosa de la tarde
tras los serios cipreses de San Marcos,
recordaré tus ojos ambarinos
abiertos a la vida sin desmayo,
ebrios por la pasión, libres de pena,
sin ocasión ni tregua para el llanto.
Tus ojos que, una tarde ya lejana
de susurros del viento entre las lilas
y aromas seductores junto al río,
me miraron con tal furia y deseo
que dejaron mi soledad eterna
ya por siempre poblada de alegría.
Al abrirse la rosa de la tarde
soñaré que te tengo aquí, conmigo,
como entonces... Y creeré que el tiempo
-frágil como la lluvia del rocío-
se detuvo enredado entre tu pelo
aquella primavera en que tus labios
besaron por primera vez los míos.
Mas, al llegar la tenebrosa noche
cubriendo con su manto mi nostalgia,
usurpando mis sueños a hurtadillas,
dos lágrimas furtivas harán cauce,
cual ríos desbordados de amargura,
por la agostada piel de mis mejillas.