martes, 6 de diciembre de 2022

Un amor sin fin

 

No busqué la flor, la flor me encontró

una tibia tarde con nubes de agua

y pétalos granas de aromas confusos.

Me encontró desnudo, sin luz ni argumentos,

sin fuerzas, sin ganas, sin apenas vida.

 

Volvía yo de un mundo de vasos y coplas

con miel ya reseca por entre los labios

y un cerril empeño en abrazar la luna.

Ella regresaba de romper cadenas,

libre cual curiosa y feliz mariposa

en busca de nuevos estambres en flor.

Sus ojos, de un color violeta como en los ocasos,

 miraban los míos desde la baranda

de un gran altozano colgado de abril.

Yo, pequeño y mudo por tanta hermosura,

me quedé clavado en el lodo del tiempo,

en el barro espeso de mi desconcierto,

en la nube negra de mi timidez.

 

Desde ese momento y a partir de entonces,

comenzó a alejarse de mi soledad.

Ella no sabía –jamás se lo dije-

que ella fue el milagro que tanto esperé:

 eterna utopía hecha realidad.

 

Se quedó conmigo unos meses más

tal vez esperando también su milagro.

Pero no llegó.


A pesar de todo, se marchó despacio,

como disculpando su magia infinita.


Me quedó el fantasma de su pelo al viento,

de sus ojos fijos en mi indefensión.

Su tiempo y el mío nunca coincidieron

y el posible amor se quedó en tesoro de tosco latón

encerrado en cofres con musgos de olvido.

Mas, yo no olvidé.

Fue un amor sin besos, sin alma, sin tiempo.

Un amor sin fin.