Hay una edad
divina, la primera
etapa de la vida,
la niñez,
donde todo es
candor y nitidez,
donde siempre se
vive en primavera.
Después, la
juventud, sueño y quimera,
nos cubre con un
halo de embriaguez
donde reina el
amor que es parte y juez
de nuestra loca
vida placentera.
Mas, un día termina aquel verano
que incendió
nuestras vidas. Lentamente
cambiamos lo
divino por lo humano.
Maduran nuestros
sueños. Nuestra mente
presiente ya un
otoño muy cercano
que abocará al
invierno finalmente.