Acaricia
la brisa los tejados
de la ciudad en fiesta.
La
mañana, radiante,
luce
su descarada pubertad
por
las más elegantes avenidas.
El
día que despunta,
no
es un día cualquiera
porque
trae de la mano
a
una niña de ojos asombrados,
de
piel tibia y rosada
que
lleva como único ropaje
una
bella guirnalda de flores en el pelo.
Se
llama Primavera
y
viene a repartir besos y risas,
a
inyectar un volcán de nueva vida
en
nuestros corazones invernales.
Se
llama Primavera y es tan joven
que
no debo aburrirla con mis dudas
ni
tampoco con mis pocas certezas
de
hombre ya curtido,
que
no debo mostrar mis amarguras
ante
su dulce rostro de princesa.
Al
fin y al cabo viene
para
ahuyentar mis miedos,
para
templar mis fríos,
para
darle color a mi negrura,
para
alegrar mi eterno desconsuelo,
para
pintar mi desconchada casa
con
una nueva mano de pintura.
El
día que despunta,
no
es un día cualquiera
porque
trae de la mano
a
una niña de ojos asombrados:
¡Se
llama Primavera!