-III-
(Sensaciones)
La
tarde se acicala y se pasea
por
los campos baldíos y amarillos.
Unas
nubes de azúcar se alinean
y
desfilan en orden rumbo al norte
empujadas
por un viento solano
que
el día se sacó de su chistera.
Hay
niños en el parque y, con sus voces
de
ángeles ausentes de este mundo,
arrullan
al anciano que en su sueño
va
huyendo de recuerdos que le sangran.
Bajo el verde emparrado del mesón
que
hay frente a mi ventana,
brotan
risas a coro, sincopadas,
que
el viento lleva y trae hasta mi calma.
Allá
abajo en el césped de calvas amarillas,
corre
un perro tras una mariposa
mientras
ladra con voz intermitente
envidioso
tal vez de su aleteo.
Vuelve
la tarde del feliz paseo
cuando
Venus se enciende por poniente.
Cansada
se acomoda y se desmaya
sobre
el duro jergón de los tejados.
Y
antes de dormitar, pide un deseo:
que
cuando salga el sol no la despierte,
que
ella no es la mañana,
que
ella es más de sosiegos y de sueños,
de
sombras alargadas, de luceros.
En el reino virtual de mi terraza,
yo
me abrazo a la vida que me abraza.