Por llenar el vacío que me habita
me volví recipiente de tu anhelo,
me colgué de las nubes de tu cielo,
me sentí en tu jardín rosa marchita.
Por matar el hastío que me irrita
me embriagué con el brillo de tu pelo,
me perdí tras el cebo de tu anzuelo
y bebí del rencor que en ti palpita.
Y a nadie culpo, no, ni a ti siquiera,
que de nadie es la culpa cuando el viento
arrastra tras de sí las hojas muertas.
Esperaré la nueva primavera
y volveré pletórico y sediento
a mendigar amor en otras puertas.