A ti mujer, que
sufres, que te ahoga
la soledad del pueblo.
A ti que, en
veinte años, apenas conociste
qué hay más allá
del río.
A ti, que te
rebelas, por amor,
contra tu raza
fría…
te escribo,
-recordando tus
ojos,-
estos versos de invierno.
Él llegará a tu
vida
una tarde
cualquiera de verano.
Te hablará de
ciudades
que hay más allá
del río.
Te dirá que tus
ojos
son dos lagos
turquesas, muy serenos.
Que tu pelo, tan
negro,
dulce noche
cuajada de luceros.
Que tu piel
sonrosada
es tan sólo el
reflejo
de un feliz
corazón enamorado…
¡Te dirá tantas
cosas!
Te amará con la
aurora y,
después,
una tarde de
bodas,
te llevará con él.
Por los caminos de
tu infancia y la mía,
os marcharéis del
pueblo.
Tú,
feliz, renovada,
como el viento.
Él,
tu amor de verano.
Yo,
tu poeta de
invierno.
NOTA: Este poema, al que tengo un cariño muy especial a pesar de no ser gran cosa como poema, lo escribí hace ya muchos años (fue uno de los primeros). Era aún adolescente cuando tuve que dejar el pueblo para irme a estudiar bachillerato a la ciudad donde terminé viviendo y desde allí me acordaba a diario de su sonrisa. Y, aunque sabía que nuestras vidas iban a seguir caminos muy diferentes, aún pasaría mucho tiempo antes de poder olvidarla, aunque, si he de ser sincero, eso no ocurrió nunca del todo. Por eso, en una tarde de intensa lluvia, durante una aburrida clase de historia, surgió el poema.