Te
recuerdo algo esquivo,
como
jugando al escondite con mi asombro.
A veces
te mostrabas.
A veces
te escondías
tras
altos edificios de cristal.
Desde
el viejo automóvil,
mis
ojos,
abiertos
al embrujo de tu magia,
no
podían ya mirar hacia otro lado
que no
fuera a tu azul inmensidad.
Intenso, impresionante mar primero.
Ese
verte y no verte
hizo
que el mito-mar de mis delirios
se
hiciera aún más vasto,
más
intenso,
más
mar.
Padre Mediterráneo,
sólo tú
podías ser mi mar primero.
Era un
amanecer de besos púrpuras
que realzaban
tu majestuosidad.
Fue
allá, en Castelldefels,
al sur
de la soberbia Barcelona.
Yo
tenía quince años y tú,
toda
una imperturbable eternidad.