domingo, 17 de diciembre de 2017

La chica del metro



         
                                                                     -I-

El local era una especie de olla exprés hirviendo a fuego lento entre la neblina nociva y azulada de diez mil cigarrillos por lo menos. No cabía nadie  más en él. Las mesas, la barra, los espacios adyacentes, todo estaba repleto de clientes que hablaban a gritos y reían a carcajadas, que gesticulaban y bebían como posesos apurando sus consumiciones para enseguida solicitar otra y otra más…La alegría era desbordante y yo me preguntaba por el motivo de tanto alborozo mientras intentaba agenciarme a empujones y codazos un sitio en el extremo de la barra. Y sólo se me ocurría un motivo para toda esa alegría, que estábamos a veinticuatro de diciembre y era Navidad, esa época del año en la que la gente se transforma por obligación en seres felices sin tener para ello otro motivo más convincente que el de las fechas del calendario. Afuera hacía un tiempo de perros. El viento y la llovizna invitaban a refugiarse en cualquier lugar bajo techo.
Al fin conseguí hacerme un hueco y pedir un gin tonic a mi amigo Charli, el camarero más veterano de La Iguana, que así se llamaba aquel bar de copas con solera en el mismo corazón de Madrid. Me lo bebí en un par de tragos y cuando estaba a punto de pedir el segundo, la puerta del local se abrió por enésima vez pero en esta ocasión lo hizo de golpe, casi con violencia, por lo que llamó mi  atención hasta el punto de obligarme a darme la vuelta para ver quien había entrado. Eran dos individuos estirados, bien trajeados y con pinta de matones. De la calle se coló tras ellos una ráfaga de aire frío que borró de un plumazo el vaho acumulado en el espejo que adornaba en toda su anchura la pared tras la barra. Fue un instante, pero lo suficiente para ver reflejadas en él la caras de los clientes que seguían peleando por un sitio e incluso la de aquellos que ocupaban las mesas más cercanas. Entre estos, me llamó la atención una mujer de pelo negro y piel clara que ocupaba una de las mesas. La miré durante un rato con descaro a través del espejo hasta que este se empañó de nuevo. Entonces, me di la vuelta y seguí observándola aunque esta vez con algo más de disimulo. Era muy guapa la condenada y me costaba trabajo dejar de mirarla, lo reconozco. Estaba acompañada por un tipo espigado con gomina en el pelo y cara de pocos amigos. Ella no paraba de hablar mientras gesticulaba y él se limitaba a escuchar sin inmutarse, permaneciendo todo el rato con la mirada fija en un punto lejano.
En un momento dado, ella dejó de hablar y levantó la cabeza fijando sus ojos en mí. Fue un acto tan brusco que me sorprendió y hasta llegué a pensar que poseía, más desarrollado que otras, ese sexto sentido que tiene toda mujer por el que sabe que la están mirando sin que ella mire. Aguanté por un momento su mirada pero, al ver que ella no la desviaba, terminé por hacerlo yo.Me di la vuelta hacia el espejo, pero este estaba más empañado que nunca. Poco a poco, comencé a darme la vuelta de nuevo para ver si aún me miraba y al hacerlo comprobé disgustado que la mesa estaba ocupada por otras personas, se habían largado. Me entró una especie de desazón porque la marcha había sido tan rápida que no me dio tiempo a comprobar algo que me inquietaba, estaba seguro de haberla visto antes en algún lugar y no hacía mucho tiempo de ello.



                                                     
                                                -II-
No habían pasado ni cinco minutos cuando, viniendo desde la zona de los baños, vi al tipo que había estado con ella en la mesa. Cruzó el local abriéndose paso con ciertas prisas hasta  alcanzar la puerta de salida y luego salir sin molestarse en cerrarla. A la chica no la veía por ningún lado. Enseguida creí comprender lo que había ocurrido, simplemente se habían levantado para irse pero él decidió ir al baño mientras ella lo esperaba fuera. Pero eso me extrañó, sobre todo por el mal tiempo que hacía. Y entonces, sin apenas pensarlo, me lancé a la puerta para comprobar mi hipótesis, no podía soportar la duda. La abrí y asomé la cabeza. El tipo de la gomina caminaba calle abajo solo y de una forma que llamaba la atención, más que andar, se puede decir que corría…De la chica, ni rastro.
Me volvía para regresar a la barra cuando sentí un empujón que me sacó del local y casi me hizo dar con mi cuerpo en el suelo mojado:

-¡Apártese!

Era uno de los dos tipos estirados que habían entrado antes bruscamente. Echó a correr calle abajo tras el de la gomina.

Regresé a la barra más intrigado que antes. ¿Qué había sido de ella? ¿Qué había ocurrido para que el tipo que la acompañaba hubiera salido de esa forma tan precipitada del bar? Solo encontré una explicación a todo eso y es que la pareja habría discutido y en el momento en que él fue al baño, ella aprovechó para largarse. Luego el tipo, al  ver que no estaba, salió como un loco tras ella. Pero todo eso debió ocurrir en el lapsus de tiempo en que yo estaba vuelto hacia el espejo, que fue muy corto. No parecía que hubiera dado tiempo a tantas cosas. Por otra parte, está el tipo que salió empujándome, no sabía como encajarlo en el todo, a no ser que ambas acciones no tuvieran relación la una con la otra , algo que parecía improbable.

Terminado mi análisis detectivesco, me dispuse a seguir dando cuenta de mi segundo gin tonic. No había hecho más que levantar la copa, cuando sentí que alguien me ponía la mano en la espalda. Me volví sobresaltado y, no lo podía creer, allí, frente a mí, estaba ella. Espléndida, sonriendo de una forma enormemente seductora:

-¡Hola!, ¿me recuerdas?

Se me acercó peligrosamente. Tanto, que sentía la presión de su cuerpo contra el mío. Titubeando le contesté:

-Pues no del todo, aunque sé que  te he visto antes.

-Claro hombre, fue esta mañana, en el metro…¿recuerdas? Tu me ayudaste a librarme de un pelmazo…

Entonces caí en la cuenta. Era la misma chica que por la mañana, en un vagón de metro abarrotado, se había apretujado contra mí, igual que estaba haciendo ahora. Llevaba el mismo perfume  y no la reconocí antes porque en el metro apenas pude verle la cara.

-Ah! Ya recuerdo…-pero seguía sin comprender por qué ahora volvía a repetir la acción aquí, en el bar.

Y entonces, sin darme tiempo a reaccionar ni añadir nada, se abrazó a mí acercando su boca a la mía peligrosamente. Pero antes de que el milagro se produjera –para mí era poco menos que un milagro que una chica como ella fuera a besarme- ocurrió de nuevo algo inesperado. Alguien la cogió por un brazo y tiró de ella hacia la salida. Era el otro  matón, el que se quedó dentro del local y que acompañaba al que salió corriendo tras el tipo de la gomina. Antes de salir, ella se volvió hacia mí con cara de desesperación. En sus ojos pude ver el miedo. Cuando quise reaccionar, ya habían salido del local. Salí yo también pero ya solo acerté a ver cómo la introducían en un coche negro y se la llevaban calle abajo. Después, solo el silencio de la calle acompañado por el tamborileo del agua de la lluvia sobre los adoquines…

Entré de nuevo en el bar, ya más despejado de clientes, y pedí un brandy. Falta me hacía para ayudarme a digerir tantos acontecimientos. Esta vez,por más vueltas que le dí al asunto, no encontré ninguna explicación lógica posible a lo sucedido…





                   -III-

Llegué a casa sobre las dos de la madrugada bastante cargado. Me quité la ropa y me metí en la cama. Dormí de un tirón y un montón de horas seguidas, pues cuando desperté era ya media mañana. Me levanté, me duché y salí a dar un garbeo. El aire de diciembre me refrescó las ideas pero aún así seguía sin comprender lo ocurrido el día anterior. Paré en un kiosco para comprar tabaco y el periódico del día. Me senté en un banco soleado junto a un jardincillo sembrado de camelias. Cogí una con al intención de ponérmela en el bolsillo superior de la americana y, al hacerlo, noté que dentro del bolsillo había algo extraño. Metí los dedos y saqué una bolsita de terciopelo rojo con varios objetos dentro pequeños y duros. Me dispuse a abrirla para ver su contenido pero en ese mismo instante sentí en mi nuca el contacto de algo frío y oí cómo una voz de hombre igual de fría me decía:

-Ni se te ocurra abrirla, capullo. Dámela sin volver la cabeza.

Así lo hice y a continuación sentí que me daban un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza que me hizo perder el conocimiento. Cuando abrí de nuevo los ojos, me encontraba en el mismo banco pero no había ni rastro del tipo que me golpeó ni, por supuesto, de la bolsita. Lo que sí tenía era un fuerte dolor de cabeza y un enorme chichón del tamaño de un huevo de gallina. El diario que compré permanecía extendido a mi lado, apenas me había dado tiempo a mirarlo. Fue entonces, mientras me tocaba con mucho cuidado el chichón, cuando reparé en su portada. En ella, con letras grandes, pude leer el siguiente titular: “Espectacular robo en la que se creía la joyería más segura de Madrid. Los ladrones se llevaron ocho diamantes grandes de gran pureza  y varios más pequeños valorados todos ellos en el mercado de joyas en varios millones de euros  ” Y un poco más abajo, en letra más pequeña: “Han sido detenidos algunos sospechosos a los que la policía seguía los pasos desde hacía tiempo pero, tras ser interrogados y al no encontrarles en su poder los diamantes, han sido puestos en libertad por falta de pruebas. Sigue en marcha la investigación para dar con los ladrones”

En los días siguientes a estos hechos pensé mucho en todo lo que había ocurrido y, aunque mi primer impulso fue acudir a la policía, desistí de hacerlo. Tuve miedo de meterme en un lío sin haberlo comido ni bebido y además,¿qué sabía yo?. Sólo que una chica morena de piel clara me había introducido  una bolsita con diamantes en el bolsillo de mi americana. Pero eso lo deduje yo y no tenía la seguridad absoluta de que hubiera sido así. Además, yo no sabía nada sobre ella, apenas pude verle bien la cara en las dos ocasiones en que se me aproximó. Y aún sabía menos del tipo que me golpeó. Así que decidí olvidarme del asunto, aunque no lo consigo…Los bellos ojos de la mujer me siguen persiguiendo en las madrugadas de insomnio y su perfume inunda mi sueño cuando este se resiste a ser profundo.
Estaba tan resignado a que no volvería a verla que cuando me la encontré de nuevo, el corazón me dio un vuelco tal que más que el mío parecía el de un adolescente enamorado.



                                        
    

                      -IV-

 Ocurrió a las dos semanas de mi encuentro con el matón y de nuevo tuvo lugar en el metro. Este iba, como casi siempre en hora punta, lleno de gente y yo, agotado y medio adormilado por el intenso día de trabajo, regresaba a casa. De repente, al despertar de una de esas cabezadas que todos damos en el metro cuando tenemos sueño, me pareció verla sentada frente a mí, entre las piernas de los viajeros que iban de pie. Enseguida pensé que sólo era una visión, que estaba obsesionándome otra vez con el tema. Pero al mirar de nuevo comprobé que no había duda, que era ella, la chica del bar…Me levanté y como pude me acerqué hasta donde estaba. Ella me miró largamente y, levantándose, se acercó a mí y, esta vez sí, esta vez me besó en los labios. Fue un beso intenso, como nunca me habían besado. A continuación separó sus labios de los míos y se quedó mirándome mientras el metro llegaba a una nueva estación. Con una voz grave y profunda me dijo: “Gracias". Y se bajó tan rápidamente que apenas me dio tiempo a ver su melena oscura que se iba perdiendo entre la multitud. Cuando quise reaccionar, el tren ya se había puesto en marcha de nuevo.

Camino de casa, no iba andando, sino flotando en una nube de algodón. Si lo de días pasados me había parecido excepcional, este último episodio ya me pareció tan irreal que a veces pensaba que lo había soñado todo. Pero no, todo fue verdad, aún sentía en mis labios el sabor de los suyos y su aroma flotando a mi alrededor.

El día siguiente era festivo. Me levanté tarde, como era costumbre en mí en los días en que no había que ir a trabajar. Me arreglé y salí de casa con la idea de disfrutar del día, que había amanecido soleado, aunque frío. Me acerqué como siempre al kiosco, compré la prensa y me senté en el mismo banco de mis amargos recuerdos, al lado del jardincillo de camelias. De nuevo, era ya una costumbre para mí, corté una flor para ponérmela en el bolsillo de la americana y de nuevo, como en un “deja vu” funesto sentí en mi bolsillo el roce de una objeto. Antes de meter los dedos y sacarlo, miré en todas direcciones, pero no había casi nadie en el parque. Al fin me decidí y de nuevo apareció entre mis dedos una bolsita de terciopelo, esta vez de color azul, que contenía un objeto pequeño y duro. La abrí con ansiedad y no daba crédito a lo que veía. Allí, delante de mis ojos había un pequeño cristal blanco que brillaba al sol de enero con un brillo intenso, casi deslumbrante. Lo guardé inmediatamente y, asustado, me fui corriendo a casa. Allí lo pude ver con todo detenimiento. No había duda, era un diamante. Y esta vez, ahora estaba seguro, me pertenecía a mí y sólo a mí, era un regalo de mi bella dama. Dos pequeñas lágrimas, tan transparentes como el diamante, resbalaron por cada una de mis mejillas…Esa noche no pude pegar ojo.

Por la mañana, me puse en contacto con un amigo experto en compra-venta de joyas que me consiguió por el pequeño diamante un buen pellizco.En cuanto a ella, me pasé meses buscándola, pero todo fue inútil. Aparte de lo grande que es Madrid, comprendí que fue siempre ella la que me encontró a mí y nunca al revés. Así que terminé por resignarme, esta vez ya para siempre.

Y de toda esta historia, me queda, muy por encima de lo material, el dulce recuerdo de una mujer con la que me encontré solo en tres ocasiones pero que fueron suficientes para enamorarme de ella como un colegial. Y así sigo, enamorado de un fantasma con un bello rostro que día a día se va diluyendo en mi memoria como si fuera una sombra pero también, cada día que pasa, se va alojando con más fuerza en mi solitario corazón de romántico incorregible.

                                                                                                                        Diciembre-2017                                        








sábado, 2 de diciembre de 2017

Acróstico para Marilyn

Mito,leyenda,símbolo...todos los apelativos se quedan cortos para nombrar a Marilyn Monroe. Algunos dirán que no era para tanto,pero seguro que a nadie deja indiferente esta explosiva rubia que,a pesar de morir cuando solo contaba 36 años,llegó a ser tan famosa y admirada como pocos. Aún hoy,55 años después de su muerte,sigue viva en la memoria de muchos de sus admiradores,incluso de muchos de aquellos que nacieron después de su muerte.
Actriz,cantante y...poeta. Sólo le interesaba vivir,sin condiciones. Tal vez por ello murió tan joven.




                            Afloran de las fuentes de tus ojos
Manantiales de risa cristalina,
Acallando de forma repentina
Rumores del verano entre matojos.

Inmodesto, huérfano de manojos,
Luce con insolencia libertina
Y taladra tu boca femenina
-Noble- un clavel, entre tus labios rojos.

Maravilla de gracia y donosura,
Obsequio de los dioses para el mundo:
Naciste para regalar dulzura.

Remolinos de vientos de amargura
Orientados por engendros inmundos,
Expoliaron tu cuerpo y tu hermosura.