Nació en agosto de 1921,
en un pequeño pueblo del norte de Extremadura. Tenía tres años cuando unas
fiebres tifoideas se llevaron a la tumba a su padre, aún joven, y esa misma
enfermedad terminó también con su madre tres meses después..
Al quedarse huérfano,
fue adoptado por un tío suyo, hermano de su madre, que acababa de contraer
matrimonio. Al cumplir los nueve años, su tío lo empleó como pastor para cuidar
de las cabras del amo de la huerta donde vivía la familia como arrendataria.
Cada mañana salía al campo con un pequeño rebaño de unas quince cabras llevando
una taleguilla con un mendrugo de pan , un trozo de queso, media morcilla
patatera y una manzana. Y, oculto en el interior de su blusa remendada, llevaba
escondido su más preciado tesoro, una cartilla de primera lectura de las que se
utilizaban en las escuelas de entonces para que aprendieran a leer los niños
cuyos padres podían permitirse el lujo de escolarizarlos. La cartilla se la
compró su tío, hombre de campo pero de ideas progresistas y amante de la
cultura, al saber de su interés por aprender a leer. Y así, mientras las cabras
pastaban, él se sentaba a la sombra de una encina, abría su cartilla y, en voz
alta, iba pronunciando letras y sílabas, una por una, sin dejarse atrás
ninguna. Las cabras más cercanas levantaban sus cabezas y lo miraban
ensimismadas sin comprender del todo el porqué de aquel soliloquio cadencioso.
Él nunca desfallecía, nunca se rendía. Cuando dudaba con alguna letra, buscaba
a otros pastores y preguntaba. Algunos, los pocos que conocían las letras, le
ayudaban. Los demás, la mayoría, se reían de él y les decían que las letras no
eran la comida más adecuada para las cabras.
Unos meses antes de
cumplir los diez años, hubo cambios en el pueblo. Todos hablaban de alguien que
había llegado para cambiar la vida de los pobres, alguien que tenía nombre de
mujer, la República. Y,
en efecto, a los pocos meses, le dieron a su tío unas tierras en préstamo para
que las trabajara. De esta forma, la familia dejó el arrendamiento de la huerta
y nuestro pastorcillo dejó las cabras del amo para irse con su tío a trabajar
las tierras que la
República les había prestado. Fueron los siguientes unos
años de prosperidad
familiar, con días felices y noches memorables con toda la familia reunida
alrededor del fuego. Nunca hasta entonces había visto a sus tíos tan felices,
disfrutando del trabajo y de sus hijos que habían ido llegando para alegrar sus
vidas.
Para entonces, nuestro
pastor ya sabía leer en cualquier libro y también escribir. A los quince años,
escribió su primer poema en el cartón de un librito de papel de fumar. Era un
poema de amor, dedicado a la chica de sus sueños. Pero su primer poema
coincidió en el tiempo con el comienzo de uno de los episodios más dolorosos de
la historia moderna de este país, el golpe militar de 1936 y el comienzo de la Guerra Civil.
En la madrugada del 26
de agosto de ese mismo año, un grupo de vecinos del mismo pueblo ataviados con
uniformes azules llamaron a la puerta de la vivienda familiar y se llevaron a
su tío. Nunca más volvieron a verlo. Dejaba viuda y cuatro hijos, tres hembras
y un varón, más nuestro pastorcillo que era considerado un hijo más.
A partir de entonces, el
hambre asoló a la familia y el pastorcillo, ya casi un hombre, se echó sobre
sus hombros la responsabilidad de sacar adelante a esta familia que tan
generosamente lo acogió de niño.. Así, en 1941, en plena hambruna de posguerra,
decidió emigrar la familia al pueblo vecino, más grande y próspero, en busca de
un trabajo que les permitiera al menos subsistir. Se instalaron pues en el
nuevo pueblo y allí comenzaron una nueva vida no sin pasar por unos primeros
años llenos de dificultades por la falta de trabajo y, sobre todo, por ser
tratados en más de una ocasión como vecinos de segunda categoría. Aún así,
consiguieron salir adelante.
Años más tarde se casó
con una joven de su mismo pueblo que ,como él, había venido con su
familia a buscarse la vida. Al nacer su primer hijo, se prometió a sí mismo
luchar hasta agotar sus fuerzas para darle estudios y conseguir así que tuviera
una vida mucho mejor que la que él había tenido.
La historia de este
niño-pastor es una de esas historias desconocidas pero no por ello menos
ejemplares que otras que sí conocemos hasta la saciedad. Desde mi punto de
vista es la historia de un héroe anónimo que pasó por la vida sin que se le
reconocieran sus enormes
méritos como persona como fueron la entrega y el sacrificio por los que amó y
ese constante afán de superación con los más elementales medios. ¿Acaso no es
una hazaña hacerse cargo de una familia con dieciséis años y en las peores
condiciones económicas, políticas y sociales sacarla adelante?
Murió muchos años
después convencido de que la vida aprieta pero no ahoga si se tiene la voluntad
de luchar por sobrevivir a toda costa.
Esta historia está
dedicada a todos los héroes anónimos que, como nuestro pastorcillo, han nacido
en esta sufrida tierra llamada Extremadura. Está basada en hechos reales. A mí
me la contó el propio pastorcillo, casi un anciano ya, mientras me calentaba al
fuego sentado en sus rodillas en una de las frías tardes de un invierno
cualquiera de mi infancia.