Amanece.
El alba se sonroja.
Inhalo el nuevo día que me llega
con un intenso aroma de magnolias.
La aurora hace su magia
y extiende sobre el parque desierto y taciturno
un soleado manto de esperanza
que se dejó olvidado la noche, para mí.
En el aire, dádivas de ternura para el alma,
cansada de morir.
Mediodía.
El sol, desde lo alto, nos vigila.
Incendia las ideas.
Y me da por pensar cosas extrañas...
¿Es el amor más dulce que el olvido?
¿Será la vida sólo un breve desvelo sin sentido
entre dos largos sueños de imperturbable paz?
Mediodía, silencio.
Mediodía, calor, abulia, siesta,
piel húmeda, pereza
incluso de existir, de ser persona...
A la tarde, las petunias dormitan y descansan
de su orgía con el sol.
Y una brisa, oculta todo el día,
asusta, de repente, a dos zorzales
que buscaban semillas entre el césped.
El alma se serena.
La tarde nos rodea con sus brazos
de madura y experta cortesana en busca de consuelo.
Las palabras comienzan a surgir
para un triste poema de besos y nostalgias.
Para un fugaz poema
que se irá con el viento, como siempre,
en busca de tus ojos.
La noche me fascina,
desde niño.
¡Es tan bella la palabra crepúsculo!
¡Se ve tan insondable, tan secreta!
La noche se me antoja
una oculta utopía de la vida,
un fecundo vacío
capaz de las proezas más sublimes.
La lágrima postrera del dios Zeus
tras crear el Olimpo.
Es por eso, tal vez, que en la noche me pierdo
con frecuencia,
entre dulces delirios de grandeza
o entre lánguidas notas seductoras
de cantos de sirena.
2020
(Poema reeditado y mejorado…creo)