Pausa y café
en mesa baja
de frío mármol
–como la tarde-
mirando al mundo
tras los cristales
sucios y opacos
del viejo bar.
Momento dulce
para mirarme,
para perderme
entre las ruinas
de mis derrumbes.
Para encontrarme
conmigo mismo,
viajero esquivo
que va sin rumbo
por los senderos
de un laberinto
con altos muros
de realidad.
Tregua ocurrente,
para lavarme
la ropa sucia
tras la batalla
por la decencia.
Para cubrirme
mis paradojas
–viejas heridas
de la razón-
con tibias gasas
de dignidad.
Pausa precisa,
para ser, sólo
por diez minutos,
pieza que encaje
en el engranaje
de este artificio
de sociedad.
Para engrasar
la noble rueda
de mis propósitos,
esa que oxidan
día tras día
las humedades
de este sistema
frío, parcial.
Un café solo
para curarme
los arañazos
de ese felino
sediento y ávido,
de ese salvaje
libre mercado
neoliberal.
Un café solo
a solas conmigo.
Luego, a la calle,
a ser de nuevo
sólo carnaza
para esa fiera
que nos enjaula
tras los barrotes
de “su” verdad.
A ser de nuevo
sólo un juguete
de este
sistema
ciego y
enfermo
cruel y voraz.