-V-
De
domingos y lunes
Hay tardes como esta de un domingo cualquiera en que todo se agolpa sin tú quererlo frente a las puertas del oscuro salón de la nostalgia. Son tardes silenciosas, de irritante parsimonia, en las que todo es posible, incluso neutralizar la poderosa e irresistible fuerza del paso de las horas. Es como si el tiempo se detuviera sobre el tejado gris de ese salón mientras se va llenando de recuerdos antiguos que parecían dormidos para siempre. Nada que ver con una tarde cualquiera entre semana, cuando tenemos una cita con el mundo y el tráfico y las prisas nos minan la moral pero, al mismo tiempo, nos despiertan el amor propio y la dignidad y nos incentivan –dicen- las ganas de vivir. Aunque en el fondo, todo ese ajetreo desmesurado, tampoco suele llevarnos a parte alguna. Simplemente corremos porque alguien nos dijo un día que era necesario para no llegar tarde a la vida. Y nos lo creímos.
Las
tardes de domingo se alimentan de angustias, de macabras ideas escondidas
durante la semana bajo el alcantarillado de ese ir y venir desmesurado. Son tardes en las que regresan a tu lado los
dogmas en los que un día creíste pero que luego te fuiste dejando por el
camino. Y vuelven para gritarte a la cara que eres un desagradecido, que los
dejaste abandonados a la intemperie bajo el fuego cruel de las consignas. Que
los cambiaste por ideas peregrinas de brillos excesivos y dañinos para los ojos
del entendimiento y de la razón. Tardes donde regresan los recuerdos más
negros, los más espeluznantes y macabros. Aquellos que te amargaron alguna vez el
día echando a perder tus sueños más sagrados. Aquellos en los que nada podía
salir mal pero que nada salió bien.
Las tardes de domingo son la antesala de la muerte, de todas las muertes posibles, las reales y las ficticias. Todas las voces adormecidas a golpe de los más crueles y variopintos somníferos, parecieran despertar al unísono en esas horribles tardes. Y te escupen a la cara los más tristes, los más extraños, los más amargos y crueles recuerdos de un pasado que nunca hubieras deseado vivir.
El
final del domingo supone siempre una liberación. Dormir y despertar al día
siguiente, aunque se trate de un lunes vulgar, es siempre una especie de
resurrección a la vida. Comparado con la agobiante tarde del domingo, el lunes
es ese hermoso claro donde aterrizar para adentrarnos en la intrincada selva
de la semana que tenemos por delante.
Amigo, una profunda y "certera" reflexión de esas tardes de domingo que, si bien no las vivo, no las quiero, sí he de reconocer que, por cuestiones personales y de visión de la vida, he valorado en mucho la llegada de los lunes.
ResponderEliminarLunes. Toda una oportunidad, continuidad de, dada la semana que se iniciaba, un nuevo tramo de vida a recorrer...
Un placer siempre, de vitalidad, nuevas experiencias, buenas o menos buenas. ¡Qué más daba!
¡Vivir es la función principal del ser humano!
Ya el cómo lo hagas, depende de factores... ¡La mayoría tuyos!
Fuerte abrazo, poeta y reflexivo amigo Joaquín.
Coincido contigo totalmente en tu razonamiento, Ernesto. Es cierto que los lunes pueden llegar a ser odiosos,sobre todo cuando éramos más jóvenes y nos pasábamos de rosca el fin de semana. Pero aún así, yo siempre los preferí a una tarde de domingo ociosa y aburrida hasta la exasperación.
EliminarUn abrazo desde este lunes de agosto y mi deseo de que disfrutes de la semana.
Hola Joaquín, asi son los domingos cuando uno está solo. Son nostalgicos y largos, buscamos hacer cosas que nos ayuden a salir de esa prisión de tristezas. Hay una canción que tiene un verso que siempre me emociona escuchar.
ResponderEliminar"Tengo esa nostalgia de domingo por llover, de guitarra rota y oxidado carrusell...." es hermosa.
Me ha gustado tu texto.
Saludos.
A mi también me encantó esa frase que no conocía y que dice mucho sobre el tema que tratamos.
EliminarGracias Mariarosa por tu aportación.
cada día es su propio nacer vivir y morir , son como disparos o ráfagas de tiempo y respiro abierto a la sorpresa
ResponderEliminarabrazos y buen finde
Gracias Elisa. Que tengas la mejor de las semanas.
EliminarAbracito
Estupenda, intensa y expresiva descripción de una demoledora tarde dominical. Cuántas cosas enterradas tienen la costumbre de emerger cuando el alma está en pausa... Personalmente adoro los domingos, mi único día de descanso... Pero comprendo que cada uno tiene su día oscuro retándole burlón...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, y encantada de volver a leer tu excelente literatura.
Sí, es cierto que cuando es el único día de descanso que uno tiene, no queda otra que adorarlo :) Pero en mi caso, jubilado y con poco o nada que hacer, la tarde del domingo siempre me parece larga y hasta angustiosa.
EliminarGracias por pasarte, Maite.
Fuerte abrazo
Coincido totalmente.
ResponderEliminarLos domingos por la tarde son lápidas en el nicho cotidiano.
La vida está fuera y nosotros, dentro.
Saludos.
Así es Toro. Saludos cordiales y calurosos.
EliminarJoaquín, puedo entender que, cuando el tiempo se para, como en esas tardes de domingo, aparece todo un desfile de máscaras, que el propio ego suelta con la intención de fastidiarnos y probarnos la capacidad de aguante...Todos hemos sufrido alguna vez esos domingos largos y dolientes y es bueno deshacernos de esos sentimientos, tratar de darle otra perspectiva al tiempo y a los días...La poesía es buena compañía, porque el alma sabe lo que necesitamos y nos ayuda a gestionar vivencias y sentimientos, amigo.
ResponderEliminarMi abrazo entrañable por tu regalo generoso de buenas letras y tu cercanía
Coincido contigo, Mª Jesús, la poesía cura a la vez que acompaña cuando el tedio y la nostalgia nos invaden. Agradezco enormemente tu punto de mira sobre este y sobre otros temas tratados aquí, siempre positivo y esperanzador. Gracias, amiga.
EliminarFuerte abrazo
Bueno, hubo también domingos gloriosos con sesiones dobles de cine y los nervios de las primeras caricias, las manos juntas, el corazón que se nos salía por la boca... o al menos me lo parecieron. Gracias, Joaquín. Un abrazo.
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