Eran aquellas unas
primaveras de lluvias generosas que inundaban los valles arrastrando monte
abajo las cicatrices que se dejó en la tierra la aridez del invierno. Apenas
caían las primeras gotas, se formaban hilillos de agua negra que arrastraban la
mugre acumulada durante meses en la tierra baldía. Enseguida esos hilillos se
juntaban con otros para crecer y descender laderas en forma de regatos alocados
que, cual adolescentes fogosos, arrastraban hacia el valle piedras, ramas y
matojos ya resecos con los que erosionaban el suelo hasta conseguir encajonar
el torrente en un cauce a la medida.
Cuando los regatos llegaban al valle, se
unían al padre arroyo que bajaba del norte brincando entre peñascos o deslizándose
por suaves desniveles alfombrados de pequeños y blanquísimos cantos rodados. Bajaba
aportando al espectáculo de la primavera su propia banda sonora, una cantarina
y monótona melodía de dulce sonsonete con arreglos de espuma.
En sus riberas, el trébol extendía retales
verdes junto a los serios juncos que, en espigados ramilletes, balanceaban sus
escuálidos tallos al compás de la música del agua, hasta conseguir mirarse,
presumidos y coquetos, en el espejo del río. Delicadas matas de poleo, de
presta, de hierbabuena, bañaban sus raíces en la tierra húmeda de las orillas
mientras saturaban el aire con aromas mentolados. Y, en mitad del arroyo, allá
donde la corriente se hacía balsa serena, algún nenúfar de flores amarillas
jugaba a reposar su bella levedad.
Más adelante, cuando el desnivel del terreno
se convertía en pendiente, como en una loca carrera, el agua tornaba a saltar
con fuerza por encima de los peñascos redondos con su desbordante alegría de río
joven para caer después formando
delicadas cortinas, tan delgadas, que se podía ver a través de ellas el verdor
oscuro y misterioso de los musgos asidos a la piedra. Luego, como en una
explosión de perlas, estallaba en mil gotitas, mil diamantes transparentes y
juguetones acicalados con destellos irisados que pintaba en ellos el sol del
mediodía.
Aquellas mañanas de las primaveras de mi infancia junto al arroyo, dejaron en
mí un recuerdo tan intenso, con un sabor tan dulce a naturaleza en estado puro
que, en más de una ocasión, me ha servido para atemperar el ardor de las heridas
que me han ido dejando en el alma, a lo largo de los años, las diarias y
resecas batallas por la vida.
Así conocimos la tierra y el agua. Así la vida.
ResponderEliminarHoy el recuerdo...
Abrazos Joaquín.
Tú lo has dicho Ernesto: somos agua,tierra,naturaleza...luego,también recuerdos.O sea,vida.
ResponderEliminarAbrazos
Sí, somos agua, y tierra, y de ella nace el ser más bello, pero al mismo tiempo el más traicionero...aunque hay verdaderos ángeles por la tierra.
ResponderEliminarSin esos recuerdos no seriamos nada, somos pasado y presente, futuro incierto.
Excelente texto Joaquín.
Un abrazo amigo.
Gracias Carmen.Un abrazo
EliminarMaravillosas imágenes. Me has llevado a ese lejano ayer, a mi pueblo bellísimo, de verdes praderas y arroyos cristalinos... Y he sentido, te juro, el murmullo del agua saltando entre las piedras.
ResponderEliminarGracias, olega y abrazo.
perdón, quise decir colega
ResponderEliminarCreo Socorro que nos estamos (que se están) perdiendo auténticos tesoros,no para los bolsillos,sino para los sentidos,para el alma. La Naturaleza es una fuente de ellos.Gracias a ti por tu visita y por tu sensibilidad.
EliminarDespués de los tiempos de lluvias invernales, la naturaleza recuperaba su color vegetal. SE renobaba la vida como por ensalmo. Un abrazo. Carlos
ResponderEliminarNota bene: se renovaba la vida (corrección)
ResponderEliminarAsí ha sido siempre y así sigue siendo Carlos. Lo importante es saberlo apreciar.
EliminarUn abrazo
Joaquín, has afinado tus letras y ha comenzado la sinfonía del arroyo con todas sus imagenes, olores, sonidos y colores. Estamos en otoño, pero no olvido que en otros hemisferios es primavera.
ResponderEliminarTe felicito por la voz, belleza y frescura que le has dado a ese arroyo, que llega a nosotros y "atempera el ardor de las heridas, que han ido dejando en el alma las batallas diarias de la vida..."
Mi abrazo y mi cariño.
Gracias Mª Jesús.Un abrazo.
EliminarEl correr del agua, el transcurso del tiempo, el verdor de aquellos años, que perennes como gotas perladas de rocío nos llueven de recuerdos con los que sobrevivir los días más aciagos.
ResponderEliminarPrecioso relato en el que la ternura y tu gran sensibilidad llegan a "arrollarnos"...
Un beso y un gran abrazo, mi querido Joaquín.
Abrazos apretados querida Zarzamora.
EliminarVeo que tuviste una infancia privilegiada... y además la escribes muy bien.
ResponderEliminarSaludos.
Bueno,privilegiada tampoco,pero no me quejo.
EliminarSaludos Toro.
He vuelto a releer tus recuerdos, que no dejan de ser los míos, y detenido en la última parte...
ResponderEliminar"...primaveras de mi infancia...", "...intenso recuerdo, dulce sabor..." Y sé, que la infancia y juventud de hoy, mis nietas por ejemplo, 8 y 15 años, viven, vivirán, sensaciones muy parecidas aunque en otros parajes, lugares y situaciones...
Aquellos, los nuestros, no volverán!
Fuerte abrazo Joaquín.
Cierto,aquellos momentos,al igual que las golondrinas de Bécquer,jamás volverán.Pero para eso está la memoria,para traerlos de nuevo al presente y endulzar las horas con ellos.
EliminarFuerte abrazo,Ernesto.
¡Felices Fiestas Joaquín.
ResponderEliminarTe las deseo en compañía de tu familia y amigos.
Un gran abrazo amigo.
Muchas gracias,Ernesto. Un abrazo
Eliminar
ResponderEliminarPaz, Amor, Poesía... Todo lo mejor para este nuevo año. Abrazo, Joaquín.
Gracias Socorro.Lo mismo te deseo,amiga.
EliminarAbrazos