Que se oculte la luna que no quiero
ver de nuevo su pálido semblante
que prefiero ser ciego caminante
por sinuoso y recóndito sendero.
Que se oculte detrás de aquel otero
que no quiero mirarla ni un instante
que si vuelve a cantarme su galante
cantilena de amor, de pena muero.
Ella fue la culpable, sólo ella
de que inerme la aurora me encontrara
suspirando de amor entre unos brazos.
¡Era su piel tan blanca! ¡Era tan bella
que al partir, el cantar que me cantara
me partió el corazón en mil pedazos!